"EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA"
(Recreación libre de la primera parte “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”)

Teodoro Martín de Molina.
 

PALABRAS EN EL ACTO DE PRESENTACIÓN DE

“EL CABALLERO DE LA TRISTE FIGURA”

Buenas tardes.

Agradecimientos:

          Al Sr. Alcalde, D. Juan Caballero, a José Luis Rubio y a Miguel Carrascosa que me han precedido en la palabra y que tan amables han sido con mi persona y con mi trabajo.

             A mis familiares, amigos, compañeros, alumnos y antiguos alumnos, padres, y demás personas presentes en el acto.

            Especialmente a Antonio Arenas que fue el primero en hacerme ver las posibilidades de la obra, Gabriel Pozo director de la Fundación Caja Rural de Granada, que tan desinteresadamente ha colaborado con esta publicación, Miguel Carrascosa por su prólogo y su participación en este acto (siempre se deja atracar), a la Concejalía de Cultura y Juventud en la persona de su responsable José Manuel Rubio Vera.
De modo singular a mi hermano Salvador que me ha prestado sus tres maravillosas pinturas para las cubiertas y el interior del libro, y que siempre está dispuesto a prestármelo todo. A mis tres maestros, a los que he tenido el placer de dedicarles este trabajo: don Juan Ortega que me enseñó a leer y a escribir desde mis primeros días en la escuela, don Mario Ramos con quien preparé el bachillerato, y a mi primo Teodoro de Molina Furest con quien estudié la carrera de magisterio, de todos aprendí y con todos me siento en deuda.
 A mis padres, Pepito Martín y Josefita “la Serrana”, que me lo dieron todo y que seguro estarán disfrutando de lo lindo de este momento, y a mi mujer y a mis hijos que me soportan tanto y sin los que sería muy poco.

Espero no ser exageradamente pesado (siempre se es, aunque no se pretenda) en la que quiero que sea una breve y sucinta explicación de la génesis y el desarrollo de la obra que hoy me cabe la satisfacción de presentar en este salón de actos del ayuntamiento de Alfacar, localidad en la que llevo realizando mi labor como maestro durante los últimos 14 años, y ante una reunión de personas tan entrañables y queridas por mí como sois, uno a uno, todos los asistentes.

“En un lugar de la Mancha,

Allá en la Mancha manchega,

No ha mucho tiempo vivía

Un hidalgo de primera;

Alto, seco y enjuto en carnes

Aunque de complexión recia,

Cuando esto sucedió

Rondara ya los cincuenta.”

Así comenzaba lo que por las navidades del año 2000 inicié, con el único propósito de pasar el tiempo, en una lluviosa tarde que me obligaba a permanecer dentro de la casa que tenemos en la Alpujarra, en Alcázar, el pueblo de mi mujer, sin saber que iba a abocar en un texto de casi 400 páginas y que en un día, como hoy, daríamos a luz su publicación.

Si este pequeño fragmento que acabo de leeros se compara con el comienzo que ha quedado recogido en el libro que ha salido de la imprenta, podremos vislumbrar las modificaciones y el trabajo que durante cinco años he dedicado a la obra. A más, comentaros que ayer, precisamente, hizo un año que escribí el fin que yo creía daba conclusión a mi trabajo de recreación de la primera parte del Quijote; pero no, aún he tenido que dedicar este último año, y un día, suena a condena, a la revisión y corrección de las erratas, deslices y demás aspectos inadecuados para que la obra que os presento se acerque, en lo posible, a lo literariamente correcto en el fondo y en la forma, aunque, seguramente, aún se le podrá enmendar en una sílaba arriba o abajo en algunos de los más de 21.000 versos que la componen.

También ha sido un año de peregrinar, ya vía internet, ya vía telefónica o en persona, por los lugares en los que un novato en la materia pensaba que podía interesar su trabajo. Un año de desengaños y satisfacciones, aquellos, como casi siempre, muy superiores a éstas. Pero un año en el que permanece, sobre todo, el recuerdo de personas que se han parado a escucharte y que han mostrado empatía con el trabajo que habías llevado a cabo. Por fortuna la memoria es selectiva y suele primar lo bueno sobre lo no tan bueno.

Al igual que don Quijote comenzara su aventura como Caballero Andante cuando rondaba los cincuenta, en los alrededores de esa misma edad también yo di comienzo a la mía propia de aproximación a la literatura. Aventura porque en muchas ocasiones sabes cuándo y cómo comienzas pero no cómo y cuándo terminarás, y, a veces, el propósito de inicio poco tiene que ver con el resultado final del trabajo. También, quizás sea esta la edad, la que ronda los cincuenta, en la que a algunos nos da por acometer las locuras que desde siempre habían dormido en nuestro subconsciente, y como botella de champaña que se descorcha, es en ese momento cuando nos surge a borbotones la espuma de lo que sin darnos cuenta hemos sido guardianes durante no se sabe cuánto tiempo. Espuma dulzona en ocasiones, amarga en otras, pero que siempre se presta para ser compartida con los demás en un ambiente festivo y de amistad.

No fue mi versión libre de esta parte del Quijote mi primer escarceo con la literatura. Por aquellas fechas tenía recién acabada una recopilación de recuerdos de mi infancia y juventud allá en mi Gaucín natal, en la Serranía de Ronda, en un volumen de más de 300 páginas y en el que, a modo de carta, recordaba a mis hermanos las penas y alegrías en las que nos solíamos desenvolver durante los años cincuenta y sesenta. Y esto de escribir es como un veneno, se te mete por un porillo y, sin saber cómo, ni darte cuenta, cuando te vienes a enterar estás inmerso en una maraña de la que te resulta difícil salir.

Digo que el hecho de haber terminado “Treinta años después”, que es el título de esos recuerdos de mi familia y de mi pueblo, pudiera ser uno de los detonantes que me hiciera afrontar la versión en romance del Quijote, aunque en realidad “El Caballero de la Triste Figura” nace de la escuela.

Los maestros, quijotes y forjadores de mundos ideales en tantas ocasiones, solemos ser personas que con mucha más frecuencia de lo deseado nos llevamos la escuela a la casa y allí seguimos, quizás sin decir ni pío, rumiando las ideas que en nuestra labor diaria hemos comenzado a desarrollar con los alumnos. Y de algo de esto nació “El Caballero de la Triste Figura”.

Siempre que por mor de los ajustes de horarios hube de dar clases de Lengua Castellana y su Literatura, fui más aficionado a trabajar con mis alumnos los aspectos creativos del lenguaje que los puramente teóricos, y aquellos nos servían, en muchas ocasiones, de excusa para introducir la teoría necesaria para una mejor utilización del idioma. Así, era frecuente, que en las clases de lengua recurriéramos a los maestros del castellano, tanto en prosa como en verso, a la tradición oral, a cuentos y canciones que eran familiares a los alumnos para, a partir de ellos, hacer nuestras propias composiciones, bien recreando o bien haciendo un puro ejercicio creativo en el que insertábamos todo tipo de recursos que el análisis y estudio de lo conocido nos ponía ante nuestros ojos.

 Y estaría reciente el curso en el que con los alumnos de 7º y 8º de E.G.B. del colegio público Marín Ocete de esta localidad habíamos recreado en romance muchos de los cuentos populares y también habíamos hecho nuestras propias creaciones en igual metro y rima sobre personajes históricos y leyendas conocidas o imaginadas, (incluso llegamos a editar un libro “Poesías y algomás...” con las creaciones de los alumnos. Siempre tuve vocación de editor y publicaba sus trabajos creativos en coquetos libritos, dos en Huétor Tájar y otros tantos aquí en Alfacar).

El machaconeo del octosílabo en la escuela tuvo que ser el hecho que inevitablemente me llevara, al comenzar a leer una versión infantil del Quijote aquella tarde que os refería al principio, a, inconscientemente, trasladar al romance lo que escrito estaba en prosa. En menos de un periquete había dado por concluido el primer capítulo del ingenioso hidalgo, igual hice con el segundo y en poco más con el tercero. Llegado a ese punto me tuve que parar y comencé a recapacitar sobre la posibilidad de intentar una versión en romance de toda la novela. Lo primero que hice fue echar mano de un Quijote, el de la colección Austral, que tenía en casa, y releerme los tres primeros capítulos, lo que inexcusablemente me llevó a desechar la mayoría de los versos que ya tenía escritos y a recomponer de nuevo los mencionados capítulos.

Ahí comenzó la verdadera aventura.

Jamás había terminado una lectura completa del Quijote. En la escuela, de niño, había hecho muchos dictados de párrafos de la obra y habían sido muchas las veces que tuve que repetir las abundantes faltas de ortografía que cometiera, tampoco entendía muchas de las palabras que en él aparecían, y las versiones infantiles de la época yo no las recuerdo; sólo recuerdo un Quijote en varios volúmenes de dimensiones desproporcionadas que había en mi casa y que en muchas ocasiones había ojeado contemplando los excelentes grabados de Doré. De modo que me vi obligado, por un mínimo de decoro al menos, a leerme la obra de Cervantes.

Además de la mencionada edición de la colección Austral recurrí a otra comentada de la Editorial Ramón Sopena y a varias de las que se pueden encontrar en internet, sobre todo la del Instituto Cervantes que es completísima. Todas me sirvieron para un mejor conocimiento de determinadas costumbres y expresiones de la época, novelas de caballería y sus caballeros andantes, y personajes de la mitología que tanto abundan en la obra, así como una mejor fundamentación de vocablos, frases y usos del idioma que ayudan a comprenderla mejor. Me dediqué a hacer una primera lectura, tras lo cual llegué a la conclusión de que no estaría mal continuar con lo comenzado pero sin ponerme como meta la conclusión de toda la obra sino acabar un capítulo para comenzar otro y así sucesivamente mientras que el cuerpo resistiese.

El cuerpo resistía, pero la mente a veces flaqueaba y de pronto me encontraba entrando a la cocina y dirigiéndome a mi mujer en romance y con unas formas y unos modos parecidos a los utilizados por el hidalgo manchego, algo así como:

“Qué faces fermosa dama

En aquesta tu cocina,

Seguro que disponiendo

La mejor de las comidas”

...

y otras sandeces como ésta.

Por ello fue que, en no pocas ocasiones, me tuve que dar un respiro y dedicarme a otros menesteres relacionados con la escritura, la lectura o quehaceres distintos que me hicieran distraer de lo que me quedaba por delante, o al menos evitar que se convirtiera en obsesión la recreación del Quijote y acabase trasladando, al igual que don Quijote, a la vida real lo que bebía de la lectura.

Sin dejarlo definitivamente en ningún momento, durante estos cinco años que me ha llevado la tarea he tenido también tiempo de acabar una crónica novelada de la Alpujarra de posguerra: “Cascarabitos” y una, para mí, entrañable novela corta de ambiente rural “En voz baja”, amén de comenzar una aventura de estos tiempos como ha sido la creación de dos páginas webs, una personal en la que publico gran parte de lo que produzco: “La Gaceta de Gaucín”, y otra con la que pretendo que no caiga en el olvido el pueblo de mi mujer: “Alcázar de Venus”. Con todas estas tareas se me ha hecho más llevadero y menos perturbador acabar con lo comenzado allá en el año 2000; y, sin pretenderlo, la finalización de “El Caballero de la Triste Figura” ha venido a coincidir con el IV centenario de la publicación de la primera parte de la obra de Cervantes.

Momento idóneo para su publicación y, aunque sea en las postrimerías del año del centenario, para intentar dar a conocer mi trabajo al menos a las personas de mi entorno familiar, laboral, y de amistades, y que estos, que sois vosotros, me ayudéis a que el círculo de los que lleguen a conocerlo se amplíe hasta que el valor de la obra, que vosotros y los demás lectores juzgaréis, sea capaz de ampliarlo por sí mismo.

En la versión de la Editorial Sopena, refiere el responsable de la edición (del que no quiero acordarme), en una de sus notas a pie de página que “al contrario que el rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en oro, todo lo que toca al Quijote se convierte en estiércol”. Exabrupto que en mi opinión, no deja de ser una descalificación exagerada y un menosprecio absoluto para la infinidad de trabajos que basados en la obra de Cervantes se han llevado a cabo a lo largo de estos cuatro siglos desde la publicación de su primera parte, y entre los que se encuentra esta modesta aportación mía con “El Caballero de la Triste Figura”. Dice Cervantes, al inicio de la segunda parte del Quijote, por boca del bachiller Sansón Carrasco, que “no hay obra tan mala que no tenga algo bueno”. Mucho más condescendiente se nos muestra el autor que el editor, y pienso que más próximo a la realidad de todo trabajo relacionado con su obra.

Lo que a mi juicio sí es evidente es que el Quijote es único y que sólo el Quijote puede igualar al Quijote. Y desde ese postulado partí el día que comencé a escribir “El Caballero de la Triste Figura”, y en él me mantengo una vez concluido.

Como expreso en la introducción de la obra no estáis ante el trabajo de un erudito ni de un estudioso del Quijote o de Cervantes, sino ante el de una persona tan normal y corriente como la mayoría de los que ahora me acompañáis y con este libro creo que se viene a demostrar que no sólo pueden escribir los consagrados escritores por la crítica, las editoriales, el público, la moda, los medios o el mercado, también los que no gozamos de ninguno de esos favores podemos hacer nuestros pinitos aunque en ello nos vaya casi todo nuestro tiempo de asueto y en el punto final también nuestros ahorrillos, pero creo que merece la pena el intento y el fin del mismo.

Esta versión que os presento no pretende en ningún caso emular, ni mucho menos sustituir al Quijote o a su lectura, pero también me atrevo a decir, alguna vez puede uno dejar de ser modesto, que es una obra con valor en sí misma, porque, se quiera o no, la impronta del que versiona también está presente en el trabajo realizado, y porque una versión no es una copia sin más ni más y mucho menos en este caso en el que hubo que realizar con mimo y paciencia infinita la mudanza de la prosa al verso.

Es, bajo mi punto de vista, el romance la forma poética más parecida a la narrativa y que más se aproxima al ritmo discursivo de la lengua castellana, y lo fue en la época del medioevo, cuando estaba dando sus primeros pasos, y pienso que lo sigue siendo hoy en día. El decurso narrativo de la novela de Cervantes, sus elementos descriptivos, dialogados y meramente narrativos, he procurado mantenerlos de modo que no se pierda nunca el hilo argumental ni la esencia de la obra cervantina.

En los cantares de gesta se narraban en romances las hazañas de los héroes, igual hacían los juglares llevando hasta el pueblo las historias en ellos recogidas. En “El Caballero de la Triste Figura” se narran las hazañas, venturas y desventuras de don Quijote y su fiel escudero Sancho, y yo me he tomado la licencia de, cual los monjes medievales, trasladar al romance la historia de nuestro héroe más universal con el propósito de acercarlo al lector de una manera distinta. Por otro lado, la cadencia, el ritmo y la asonancia en los versos pares hace que su lectura, antes bien de resultar monótona, sea agradable al oído del que lee y del que escucha.

En mi versión en romance no está la novela íntegra, ad pedem literae, pero, si hubiese que distinguir entre la paja y el grano dentro del Quijote, siempre me he quedado con lo que he considerado grano, y a más abundancia, como entiendo que en él no existe la paja, puede que hubiese que distinguir entre distintos tipos de granos, de los cuales siempre he procurado escoger el mejor. Además de los cincuenta y dos capítulos de esta primera parte, al final de la obra, he añadido un pequeño glosario de términos en desuso o que he estimado que pueden resultar de difícil comprensión a los lectores más jóvenes.

Como os decía antes, El Caballero de la Triste Figura no intenta igualar al Quijote en modo alguno, algo, que por otro lado sería vano y ridículo, sino que utiliza la inspiración y la maestría de Cervantes para presentar otra forma diferente de aproximarse a su obra.

Y en esta primera parte encontraréis los episodios más conocidos de ella y todos repletos de aventuras y peripecias aderezadas con los más sabrosos ingredientes que el lector más exigente pudiera pedir. Tampoco está exenta de las juiciosas enseñanzas del loco más cuerdo de la historia y de las de su fiel escudero. En ella podremos encontrar todas y cada una de las venturas y desventuras de nuestro Caballero Andante, todos los episodios y sucedidos, su multitud de personajes: desde el ventero a Maritornes, Grisóstomo y Marcela, el Gallardo Vizcaíno o el Astroso de la Sierra, la princesa Micomicona o la bella Luscinda,  canónigos y cabreros...; y la variedad de cuentos o relatos que, perfectamente incardinados, vienen a dar cuerpo a esta primera parte: desde que Alonso Quijano se auto confirmara como don Quijote de la Mancha, hasta el punto final en el que transportado en un carro tirado por bueyes lo volvemos a su pueblo sin saber a ciencia cierta si lo dejamos vivo o muerto, que aquí podía haber concluido la historia y que, sin embargo, tuvo una segunda parte en la que Cervantes, espoleado y escocido, que diríamos hoy, por la versión de Avellaneda, da rienda suelta a su ingenio y elabora un texto que si acaso no abunda en los ingredientes simpáticos y extraordinarios de la primera, sí rebosa de una filosofía de la vida de gran enjundia y tan válida en aquella época como lo es en la actual. Yo, sin necesidad de otro Avellaneda, ya he comenzado, con mucho más conocimiento de causa que hace cinco años, la segunda parte del Caballero, que espero no me lleve los diez años que tardó Cervantes entre una y otra parte del Quijote, pero a cuyo término tampoco le pongo fecha.

Cuando se interrumpe la batalla con el gallardo vizcaíno, Cervantes narra el hallazgo de los cartapacios en los que Cide Hamete Bengeli narra las aventuras de don Quijote y nos dice sobre su autor y el modo de contar la historia lo que sigue:

pues los hechos historiados

deben reflejar verdad,

nunca ser apasionados;

y ni el interés, ni el miedo,

ni el rancor, siempre taimado,

deben torcer el camino

de aquello que esté narrado.

La historia siempre ha de ser

testigo de lo pasado,

ejemplo de lo presente,

luz para lo no llegado,

en ésta se hablará todo

y si se olvidara de algo

culpa no fue del sujeto

sino de un autor tan galgo.

En estos párrafos, aquí en verso, nos refleja Cervantes lo que en su criterio debe hacer aquél que narra una historia y yo, que jamás culparé al autor de aquello que se me olvidara, modestamente, he procurado que esta versión en romance de la primera parte de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” sea fidedigna en espíritu y letra, dentro de mis posibles. El Quijote no te deja indiferente y durante la gestación de “El Caballero de la Triste Figura” me he ido identificando cada vez más con el original y la fidelidad al mismo fue en aumento con el paso de los capítulos, olvidándome pronto del tono lúdico y festivo con que la inicié. 

 En definitiva, con mi trabajo he pretendido que los amantes del Quijote, y aquellos que nunca se atrevieron con él, se aproximen a la novela cumbre de la literatura universal de un modo diferente a través de la melodiosa armonía que el romance castellano nos aporta.

Otra vertiente de esta obra que puede ser tenida en cuenta es su posible explotación didáctica, algo que surge de la escuela no es mala idea que vuelva a ella y que sirva de ayuda para que los más jóvenes lleguen a conocer a don Quijote a través de unas formas a las que quizás no estén muy acostumbrados. No es ésta una edición enfocada fundamentalmente al uso en el ámbito escolar, pero sí que es susceptible de ser utilizada además de como libro de lectura, también como ejercicio de lectura comparada, ejemplo de síntesis, representaciones de escenas, episodios, diálogos o situaciones que se presten a ello, comentarios de texto, e incluso, rizando el rizo: recreación de la recreación. Son todos estos aspectos didácticos algunos de los que me bullen en la cabeza y que quizás no tarde en plasmarlo en algún apéndice que pueda servir de ayuda a aquellos que introduzcan la obra en el aula.

Por último, y para terminar, permitidme que me atreva a haceros una recomendación: durante la lectura de “El Caballero de la Triste Figura”, aunque sólo sea por pura curiosidad, proceded alguna vez después de leer un episodio, uno de los sabrosísimos diálogos entre caballero y escudero, alguno de los memorables discursos de don Quijote o de otros personajes, cualquiera de los varios cuentos o historias insertos en la obra, etc., a la lectura del mismo episodio, diálogo, discurso, cuento o historia en la obra de Cervantes. Es un ejercicio al que os animo, pues tengo el convencimiento de que tras ello podréis valorar de modo más ajustado la labor que supone la versificación de un texto tan extenso, el ejercicio de síntesis del mismo y la musicalidad que el romance aporta a la historia, aspectos que he procurado queden plasmados en este libro que pongo en vuestras manos, del que espero disfrutéis tanto al tiempo de leerlo como yo lo hice mientras lo escribía.

Muchas gracias.


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