PALABRAS EN EL ACTO DE PRESENTACIÓN DE “EL CABALLERO
DE LA TRISTE FIGURA” Buenas
tardes. Agradecimientos:
Al Sr. Alcalde, D. Juan Caballero,
a José Luis Rubio y a Miguel Carrascosa que me han precedido en la
palabra y que tan amables han sido con mi persona y con mi trabajo.
A mis familiares, amigos, compañeros, alumnos y antiguos alumnos, padres, y demás personas presentes en el acto.
Especialmente a Antonio Arenas
que fue el primero en hacerme ver las posibilidades de la obra, Gabriel Pozo
director de la Fundación Caja Rural de Granada, que tan desinteresadamente
ha colaborado con esta publicación, Miguel Carrascosa por su prólogo
y su participación en este acto (siempre se deja atracar), a la Concejalía
de Cultura y Juventud en la persona de su responsable José Manuel Rubio
Vera. Espero no
ser exageradamente pesado (siempre se es, aunque no se pretenda) en la que
quiero que sea una breve y sucinta explicación de la génesis
y el desarrollo de la obra que hoy me cabe la satisfacción de presentar
en este salón de actos del ayuntamiento de Alfacar, localidad en la
que llevo realizando mi labor como maestro durante los últimos 14 años,
y ante una reunión de personas tan entrañables y queridas por
mí como sois, uno a uno, todos los asistentes. “En
un lugar de la Mancha, Allá
en la Mancha manchega, No
ha mucho tiempo vivía Un
hidalgo de primera; Alto,
seco y enjuto en carnes Aunque
de complexión recia, Cuando
esto sucedió Rondara
ya los cincuenta.” Así
comenzaba lo que por las navidades del año 2000 inicié, con
el único propósito de pasar el tiempo, en una lluviosa tarde
que me obligaba a permanecer dentro de la casa que tenemos en la Alpujarra,
en Alcázar, el pueblo de mi mujer, sin saber que iba a abocar en un
texto de casi 400 páginas y que en un día, como hoy, daríamos
a luz su publicación. Si este pequeño fragmento
que acabo de leeros se compara con el comienzo que ha quedado recogido en
el libro que ha salido de la imprenta, podremos vislumbrar las modificaciones
y el trabajo que durante cinco años he dedicado a la obra. A más,
comentaros que ayer, precisamente, hizo un año que escribí
el fin que yo creía daba conclusión a mi trabajo de recreación
de la primera parte del Quijote; pero no, aún he tenido que dedicar
este último año, y un día, suena a condena, a la revisión
y corrección de las erratas, deslices y demás aspectos inadecuados
para que la obra que os presento se acerque, en lo posible, a lo literariamente
correcto en el fondo y en la forma, aunque, seguramente, aún se le
podrá enmendar en una sílaba arriba o abajo en algunos de los
más de 21.000 versos que la componen. También ha sido un año
de peregrinar, ya vía internet, ya vía telefónica o
en persona, por los lugares en los que un novato en la materia pensaba que
podía interesar su trabajo. Un año de desengaños y satisfacciones,
aquellos, como casi siempre, muy superiores a éstas. Pero un año
en el que permanece, sobre todo, el recuerdo de personas que se han parado
a escucharte y que han mostrado empatía con el trabajo que habías
llevado a cabo. Por fortuna la memoria es selectiva y suele primar lo bueno
sobre lo no tan bueno. No
fue mi versión libre de esta parte del Quijote mi primer escarceo
con la literatura. Por aquellas fechas tenía recién acabada
una recopilación de recuerdos de mi infancia y juventud allá
en mi Gaucín natal, en la Serranía de Ronda, en un volumen
de más de 300 páginas y en el que, a modo de carta, recordaba
a mis hermanos las penas y alegrías en las que nos solíamos
desenvolver durante los años cincuenta y sesenta. Y esto de escribir
es como un veneno, se te mete por un porillo y, sin saber cómo, ni
darte cuenta, cuando te vienes a enterar estás inmerso en una maraña
de la que te resulta difícil salir. Digo
que el hecho de haber terminado “Treinta años después”, que
es el título de esos recuerdos de mi familia y de mi pueblo, pudiera
ser uno de los detonantes que me hiciera afrontar la versión en romance
del Quijote, aunque en realidad “El Caballero de la Triste Figura” nace de
la escuela. Los maestros, quijotes y forjadores
de mundos ideales en tantas ocasiones, solemos ser personas que con mucha
más frecuencia de lo deseado nos llevamos la escuela a la casa y allí
seguimos, quizás sin decir ni pío, rumiando las ideas que en
nuestra labor diaria hemos comenzado a desarrollar con los alumnos. Y de
algo de esto nació “El Caballero de la Triste Figura”. Siempre
que por mor de los ajustes de horarios hube de dar clases de Lengua Castellana
y su Literatura, fui más aficionado a trabajar con mis alumnos los
aspectos creativos del lenguaje que los puramente teóricos, y aquellos
nos servían, en muchas ocasiones, de excusa para introducir la teoría
necesaria para una mejor utilización del idioma. Así, era frecuente,
que en las clases de lengua recurriéramos a los maestros del castellano,
tanto en prosa como en verso, a la tradición oral, a cuentos y canciones
que eran familiares a los alumnos para, a partir de ellos, hacer nuestras
propias composiciones, bien recreando o bien haciendo un puro ejercicio creativo
en el que insertábamos todo tipo de recursos que el análisis
y estudio de lo conocido nos ponía ante nuestros ojos.
Y estaría
reciente el curso en el que con los alumnos de 7º y 8º de E.G.B.
del colegio público Marín Ocete de esta localidad habíamos
recreado en romance muchos de los cuentos populares y también habíamos
hecho nuestras propias creaciones en igual metro y rima sobre personajes históricos
y leyendas conocidas o imaginadas, (incluso llegamos a editar un libro “Poesías
y algomás...” con las creaciones de los alumnos. Siempre tuve vocación
de editor y publicaba sus trabajos creativos en coquetos libritos, dos en
Huétor Tájar y otros tantos aquí en Alfacar). El machaconeo del octosílabo
en la escuela tuvo que ser el hecho que inevitablemente me llevara, al comenzar
a leer una versión infantil del Quijote aquella tarde que os refería
al principio, a, inconscientemente, trasladar al romance lo que escrito estaba
en prosa. En menos de un periquete había dado por concluido el primer
capítulo del ingenioso hidalgo, igual hice con el segundo y en poco
más con el tercero. Llegado a ese punto me tuve que parar y comencé
a recapacitar sobre la posibilidad de intentar una versión en romance
de toda la novela. Lo primero que hice fue echar mano de un Quijote, el de
la colección Austral, que tenía en casa, y releerme los tres
primeros capítulos, lo que inexcusablemente me llevó a desechar
la mayoría de los versos que ya tenía escritos y a recomponer
de nuevo los mencionados capítulos. Ahí
comenzó la verdadera aventura. Jamás
había terminado una lectura completa del Quijote. En la escuela, de
niño, había hecho muchos dictados de párrafos de la
obra y habían sido muchas las veces que tuve que repetir las abundantes
faltas de ortografía que cometiera, tampoco entendía muchas
de las palabras que en él aparecían, y las versiones infantiles
de la época yo no las recuerdo; sólo recuerdo un Quijote en
varios volúmenes de dimensiones desproporcionadas que había
en mi casa y que en muchas ocasiones había ojeado contemplando los
excelentes grabados de Doré. De modo que me vi obligado, por un mínimo
de decoro al menos, a leerme la obra de Cervantes. Además
de la mencionada edición de la colección Austral recurrí
a otra comentada de la Editorial Ramón Sopena y a varias de las que
se pueden encontrar en internet, sobre todo la del Instituto Cervantes que
es completísima. Todas me sirvieron para un mejor conocimiento de
determinadas costumbres y expresiones de la época, novelas de caballería
y sus caballeros andantes, y personajes de la mitología que tanto
abundan en la obra, así como una mejor fundamentación de vocablos,
frases y usos del idioma que ayudan a comprenderla mejor. Me dediqué
a hacer una primera lectura, tras lo cual llegué a la conclusión
de que no estaría mal continuar con lo comenzado pero sin ponerme
como meta la conclusión de toda la obra sino acabar un capítulo
para comenzar otro y así sucesivamente mientras que el cuerpo resistiese.
El
cuerpo resistía, pero la mente a veces flaqueaba y de pronto me encontraba
entrando a la cocina y dirigiéndome a mi mujer en romance y con unas
formas y unos modos parecidos a los utilizados por el hidalgo manchego, algo
así como: “Qué
faces fermosa dama En
aquesta tu cocina, Seguro
que disponiendo La
mejor de las comidas” ... y otras
sandeces como ésta. Por
ello fue que, en no pocas ocasiones, me tuve que dar un respiro y dedicarme
a otros menesteres relacionados con la escritura, la lectura o quehaceres
distintos que me hicieran distraer de lo que me quedaba por delante, o al
menos evitar que se convirtiera en obsesión la recreación del
Quijote y acabase trasladando, al igual que don Quijote, a la vida real lo
que bebía de la lectura. Sin
dejarlo definitivamente en ningún momento, durante estos cinco años
que me ha llevado la tarea he tenido también tiempo de acabar una crónica
novelada de la Alpujarra de posguerra: “Cascarabitos” y una, para mí,
entrañable novela corta de ambiente rural “En voz baja”, amén
de comenzar una aventura de estos tiempos como ha sido la creación
de dos páginas webs, una personal en la que publico gran parte de
lo que produzco: “La Gaceta de Gaucín”, y otra con la que pretendo
que no caiga en el olvido el pueblo de mi mujer: “Alcázar de Venus”.
Con todas estas tareas se me ha hecho más llevadero y menos perturbador
acabar con lo comenzado allá en el año 2000; y, sin pretenderlo,
la finalización de “El Caballero de la Triste Figura” ha venido a
coincidir con el IV centenario de la publicación de la primera parte
de la obra de Cervantes. Momento
idóneo para su publicación y, aunque sea en las postrimerías
del año del centenario, para intentar dar a conocer mi trabajo al
menos a las personas de mi entorno familiar, laboral, y de amistades, y que
estos, que sois vosotros, me ayudéis a que el círculo de los
que lleguen a conocerlo se amplíe hasta que el valor de la obra, que
vosotros y los demás lectores juzgaréis, sea capaz de ampliarlo
por sí mismo. En la versión de la
Editorial Sopena, refiere el responsable de la edición (del que no
quiero acordarme), en una de sus notas a pie de página que “al contrario
que el rey Midas que todo lo que tocaba lo convertía en oro, todo
lo que toca al Quijote se convierte en estiércol”. Exabrupto que en
mi opinión, no deja de ser una descalificación exagerada y
un menosprecio absoluto para la infinidad de trabajos que basados en la obra
de Cervantes se han llevado a cabo a lo largo de estos cuatro siglos desde
la publicación de su primera parte, y entre los que se encuentra esta
modesta aportación mía con “El Caballero de la Triste Figura”.
Dice Cervantes, al inicio de la segunda parte del Quijote, por boca del bachiller
Sansón Carrasco, que “no hay obra tan mala que no tenga algo bueno”.
Mucho más condescendiente se nos muestra el autor que el editor, y
pienso que más próximo a la realidad de todo trabajo relacionado
con su obra. Lo que a mi juicio sí
es evidente es que el Quijote es único y que sólo el Quijote
puede igualar al Quijote. Y desde ese postulado partí el día
que comencé a escribir “El Caballero de la Triste Figura”, y en él
me mantengo una vez concluido.
Como expreso en la introducción
de la obra no estáis ante el trabajo de un erudito ni de un estudioso
del Quijote o de Cervantes, sino ante el de una persona tan normal y corriente
como la mayoría de los que ahora me acompañáis y con
este libro creo que se viene a demostrar que no sólo pueden escribir
los consagrados escritores por la crítica, las editoriales, el público,
la moda, los medios o el mercado, también los que no gozamos de ninguno
de esos favores podemos hacer nuestros pinitos aunque en ello nos vaya casi
todo nuestro tiempo de asueto y en el punto final también nuestros
ahorrillos, pero creo que merece la pena el intento y el fin del mismo. Esta
versión que os presento no pretende en ningún caso emular,
ni mucho menos sustituir al Quijote o a su lectura, pero también me
atrevo a decir, alguna vez puede uno dejar de ser modesto, que es una obra
con valor en sí misma, porque, se quiera o no, la impronta del que
versiona también está presente en el trabajo realizado, y porque
una versión no es una copia sin más ni más y mucho menos
en este caso en el que hubo que realizar con mimo y paciencia infinita la
mudanza de la prosa al verso. Es, bajo mi punto de vista,
el romance la forma poética más parecida a la narrativa y que
más se aproxima al ritmo discursivo de la lengua castellana, y lo
fue en la época del medioevo, cuando estaba dando sus primeros pasos,
y pienso que lo sigue siendo hoy en día. El decurso narrativo de la
novela de Cervantes, sus elementos descriptivos, dialogados y meramente narrativos,
he procurado mantenerlos de modo que no se pierda nunca el hilo argumental
ni la esencia de la obra cervantina. En los cantares de gesta se
narraban en romances las hazañas de los héroes, igual hacían
los juglares llevando hasta el pueblo las historias en ellos recogidas. En
“El Caballero de la Triste Figura” se narran las hazañas, venturas
y desventuras de don Quijote y su fiel escudero Sancho, y yo me he tomado
la licencia de, cual los monjes medievales, trasladar al romance la historia
de nuestro héroe más universal con el propósito de acercarlo
al lector de una manera distinta. Por otro lado, la cadencia, el ritmo y la
asonancia en los versos pares hace que su lectura, antes bien de resultar
monótona, sea agradable al oído del que lee y del que escucha. En mi versión en romance
no está la novela íntegra, ad pedem literae, pero, si
hubiese que distinguir entre la paja y el grano dentro del Quijote, siempre
me he quedado con lo que he considerado grano, y a más abundancia,
como entiendo que en él no existe la paja, puede que hubiese que distinguir
entre distintos tipos de granos, de los cuales siempre he procurado escoger
el mejor. Además de los cincuenta y dos capítulos de esta primera
parte, al final de la obra, he añadido un pequeño glosario
de términos en desuso o que he estimado que pueden resultar de difícil
comprensión a los lectores más jóvenes. Como os decía antes,
El Caballero de la Triste Figura no intenta igualar al Quijote en modo alguno,
algo, que por otro lado sería vano y ridículo, sino que utiliza
la inspiración y la maestría de Cervantes para presentar otra
forma diferente de aproximarse a su obra. Y en esta primera parte encontraréis los episodios más conocidos de ella y todos repletos de aventuras y peripecias aderezadas con los más sabrosos ingredientes que el lector más exigente pudiera pedir. Tampoco está exenta de las juiciosas enseñanzas del loco más cuerdo de la historia y de las de su fiel escudero. En ella podremos encontrar todas y cada una de las venturas y desventuras de nuestro Caballero Andante, todos los episodios y sucedidos, su multitud de personajes: desde el ventero a Maritornes, Grisóstomo y Marcela, el Gallardo Vizcaíno o el Astroso de la Sierra, la princesa Micomicona o la bella Luscinda, canónigos y cabreros...; y la variedad de cuentos o relatos que, perfectamente incardinados, vienen a dar cuerpo a esta primera parte: desde que Alonso Quijano se auto confirmara como don Quijote de la Mancha, hasta el punto final en el que transportado en un carro tirado por bueyes lo volvemos a su pueblo sin saber a ciencia cierta si lo dejamos vivo o muerto, que aquí podía haber concluido la historia y que, sin embargo, tuvo una segunda parte en la que Cervantes, espoleado y escocido, que diríamos hoy, por la versión de Avellaneda, da rienda suelta a su ingenio y elabora un texto que si acaso no abunda en los ingredientes simpáticos y extraordinarios de la primera, sí rebosa de una filosofía de la vida de gran enjundia y tan válida en aquella época como lo es en la actual. Yo, sin necesidad de otro Avellaneda, ya he comenzado, con mucho más conocimiento de causa que hace cinco años, la segunda parte del Caballero, que espero no me lleve los diez años que tardó Cervantes entre una y otra parte del Quijote, pero a cuyo término tampoco le pongo fecha. Cuando se interrumpe la batalla
con el gallardo vizcaíno, Cervantes narra el hallazgo de los cartapacios
en los que Cide Hamete Bengeli narra las aventuras de don Quijote y nos dice
sobre su autor y el modo de contar la historia lo que sigue: … pues los hechos historiados deben reflejar verdad, nunca ser apasionados; y ni el interés, ni el miedo, ni el rancor, siempre taimado, deben torcer el camino de aquello que esté narrado. La historia siempre ha de ser testigo de lo pasado, ejemplo de lo presente, luz para lo no llegado, en ésta se hablará todo y si se olvidara de algo culpa no fue del sujeto sino
de un autor tan galgo. En
estos párrafos, aquí en verso, nos refleja Cervantes lo que
en su criterio debe hacer aquél que narra una historia y yo, que jamás
culparé al autor de aquello que se me olvidara, modestamente, he procurado
que esta versión en romance de la primera parte de “El ingenioso hidalgo
don Quijote de la Mancha” sea fidedigna en espíritu y letra, dentro
de mis posibles. El Quijote no te deja indiferente y durante la gestación
de “El Caballero de la Triste Figura” me he ido identificando cada vez más
con el original y la fidelidad al mismo fue en aumento con el paso de los
capítulos, olvidándome pronto del tono lúdico y festivo
con que la inicié.
En definitiva, con mi trabajo he pretendido que los amantes del Quijote,
y aquellos que nunca se atrevieron con él, se aproximen a la novela
cumbre de la literatura universal de un modo diferente a través de
la melodiosa armonía que el romance castellano nos aporta. Otra vertiente de esta obra
que puede ser tenida en cuenta es su posible explotación didáctica,
algo que surge de la escuela no es mala idea que vuelva a ella y que sirva
de ayuda para que los más jóvenes lleguen a conocer a don Quijote
a través de unas formas a las que quizás no estén muy
acostumbrados. No es ésta una edición enfocada fundamentalmente
al uso en el ámbito escolar, pero sí que es susceptible de
ser utilizada además de como libro de lectura, también como
ejercicio de lectura comparada, ejemplo de síntesis, representaciones
de escenas, episodios, diálogos o situaciones que se presten a ello,
comentarios de texto, e incluso, rizando el rizo: recreación de la
recreación. Son todos estos aspectos didácticos algunos de
los que me bullen en la cabeza y que quizás no tarde en plasmarlo
en algún apéndice que pueda servir de ayuda a aquellos que
introduzcan la obra en el aula. Por
último, y para terminar, permitidme que me atreva a haceros una recomendación:
durante la lectura de “El Caballero de la Triste Figura”, aunque sólo
sea por pura curiosidad, proceded alguna vez después de leer un episodio,
uno de los sabrosísimos diálogos entre caballero y escudero,
alguno de los memorables discursos de don Quijote o de otros personajes,
cualquiera de los varios cuentos o historias insertos en la obra, etc., a
la lectura del mismo episodio, diálogo, discurso, cuento o historia
en la obra de Cervantes. Es un ejercicio al que os animo, pues tengo el convencimiento
de que tras ello podréis valorar de modo más ajustado la labor
que supone la versificación de un texto tan extenso, el ejercicio
de síntesis del mismo y la musicalidad que el romance aporta a la
historia, aspectos que he procurado queden plasmados en este libro que pongo
en vuestras manos, del que espero disfrutéis tanto al tiempo de leerlo
como yo lo hice mientras lo escribía. Muchas
gracias. |