The Avenue

(Verano en Dublín)

 

     27. DE TODO UN POCO

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Todos los sábados por la mañana era la misma canción: Ronan nos aseguraba que una nueva virgen había caído rendida a sus encantos, si no lo contaba el sábado lo hacía el domingo, y si no era virgen hacía muy poco que había dejado de serlo. Pero ahí no quedaba la cosa, para nuestra desgracia a lo largo de los siguientes días teníamos que seguir oyendo sus batallitas con la jovencita rubia, pelirroja, castaña o morena que no pudo resistirse ante su simple presencia.

         Ronan, el repostero jefe, era un joven de buena planta. El hijo del chef lo adoraba pues, por su aspecto, se parecía a George Best “The best player in the world”, presumían del jugador irlandés del Manchester United. Yo trataba de barrer para casa y le decía que de eso nada, que el mejor jugador del mundo era Di Stéfano, Amancio o Gento.

         Además de tener buena planta le gustaba alardear de todas sus conquistas del viernes noche que, al parecer, eran multitud y una distinta cada semana. Era, según se desprendía de sus palabras, un don Juan en toda regla que no dejaba corazón entero cada fin de semana. Mas la verdad es que yo personalmente nunca lo vi con chica alguna más allá de las recepcionistas del hotel. Las noches en las que coincidíamos en el Top Hat él estaba con el grupo de la élite del hotel y apenas lo veía salir a la pista, sería que se reservaba.

En los ratos que estábamos en la cocina le gustaba insinuarse o piropear a las camareras que poco caso le hacían, y alguna vez también vi cómo intentaba lucirse acercándose a Miss Kelly en presencia de todos con intención de arrancarle un beso o de hacerle alguna caricia intranscendente. Aunque Anne no le daba opción, él nos decía que la tenía a sus pies y que en cuanto se lo propusiera… Parecía no querer darse cuenta del asunto y ahí seguía pavoneándose un día tras otro de sus conquistas, sin que nadie hubiese conocido a ninguna de las damnificadas por los arrebatos amorosos del encargado de la repostería.

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Michael, el head waiter, el maître, era un muchacho de aspecto delicado. Diríase que era una versión más del retrato de Dorian Gray de su paisano Oscar Wilde, porque Michael era dublinés como Wilde. Amanerado, sin disimulo posible, suspiraba por casi todos los componentes masculinos del staff, por casi todos porque coincidía conmigo en sentir una aversión total por Kevin y, al igual que yo, evitaba cruzarse con él en todo momento. Kevin lo sabía y cuando lo veía entrar en la cocina le lanzaba una mirada diabólica que ahuyentaba al bueno de Michael del recinto.

Educado como nadie, poseía unos modales que hacía que todos los clientes del hotel se sintieran encantados de la atención con que los trataba. Aparte de su inclinación sexual, su actitud con todos los trabajadores del hotel era excelente y todos hablaban maravillas de él. Era justo y ecuánime en todas las decisiones que tenía que tomar y procuraba intermediar entre unos y otros cuando se producían conflictos que no ayudaban a la armonía y al buen funcionamiento del hotel. Así lo hizo conmigo y con Miss Morgan cuando me rebelé contra su tiránica decisión de querer hacerme barrer la acera del hotel.

Esas miradas que lanzaba a algunos de los camareros, nunca a un cliente, eran tenidas por demostraciones de afecto, más que por otra cosa. Todos lo conocíamos bien y ninguno le daba importancia al mero hecho de que se quedara embobado por unos segundos contemplando cómo se alejaba uno o se le acercaba otro.

Pero yo sí que me quedé una tarde embobado (mejor dicho, boquiabierto) cuando al entrar en un pub con Philippa para una de nuestras clases de inglés intensivas y recompensadas, vi en un rincón del mismo sentados en una mesa en actitud más que cariñosa a Michael y al don Juan del hotel, sí, el mismo que cada fin de semana hacía una muesca nueva en su serie de muchachas desvirgadas. Ronan en persona haciendo manitas con el head waiter lejos de las miradas de sus compañeros del Avenue. Discretamente tomé a Philippa por el brazo y, sin que pudiésemos ser vistos por ellos, volvimos sobre nuestros pasos y hasta aquí puedo contar.

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