Teodoro Martín de Molina

"EL CORRAL"

Rara era la vivienda que no contaba con un corral adosado. Y raro era el corral en el que no hubiese una pareja de conejos que, mensualmente, iban proveyendo de carne de caza casera. A su lado un puñado de gallinas y pitirras proporcionarían la socorrida proteína contenida en los huevos que periódicamente iban dejando en el nidal o en cualquier otro lugar del corral. Entre ellas, el gallo despertador y algún que otro pollo picantón que no se atrevía aún a levantar la voz de su incipiente quiquiriquí y se pasaba el día picoteando aquí y allá por pillar un grano de maíz o  de trigo. A veces hasta alguna paloma volvía por la noche a descansar después de haberse pasado el día volando desde el campanario hasta las encinas o el pinar de enfrente de la casa. Por la mañana, los animales del corral oirían salir a la cabrilla y al marrano que alguien de la familia sacaba a carear o a que hozase por los barrancos y los charcos.

Si la leche de la cabra y los huevos de las gallinas eran alimentos comunes dentro de la dieta de la familia, los guisos de pollo o de conejo se reservaban para ocasiones más especiales y el cerdo, inevitablemente, tendría que aguardar hasta el día de la matanza.

No era ninguna fruslería lo que se guardaba en el corral y por ello era un lugar al que siempre había que andar echándole un ojo para evitar que alguno confundiese el corral anejo con el ajeno (sobre todo la patulea de mozalbetes que siempre andaba dispuesta a desplumar un pollo y comérselo en reuniones clandestinas a las afueras del pueblo o en la taberna de algún tabernero que se hacía el despistado ante tales fechorías). También había que estar atentos para que por las noches la garduña no hiciese acto de presencia diezmando el corral en un abrir y cerrar de ojos.

Era el corral la despensa y fuente de la mayoría de las proteínas que se necesitaban. Nada más que por los huevos ya se merecería toda nuestra atención. Esos huevos, con esa yema, que sacaban de un apuro en cualquier momento: pasados por agua, cocidos, escalfados, crudos en el famoso ponche, fritos o hechos en tortillas liadas…, por sí solos ya se convierten en una comida única, no digamos acompañados, no sigo que se me hace la boca agua.

En fin, aquí dejo cuatro recetas, a cual más rica, para que se experimente con ellas y que cada uno saque sus propias conclusiones.

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