The Avenue

(Verano en Dublín)

18. EL I.R.A.

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          PUDIMOS OÍR EL ESTRUENDO. De inmediato sonó la alarma en el edificio y en pocos minutos estábamos todos en la calle.

         Antes de irnos a Dublín las noticias sobre los atentados del IRA (Irish Republic Army) era lo que más inquietaba a nuestra familia y a nosotros mismos. Teníamos la esperanza de que en Dublín nunca se llegarían a producir, su campo de actuación era Irlanda del Norte, la parte integrada en el Reino Unido.

         Salimos a la calle y un cordón policial nos impedía dirigirnos hacia Grafton Street y hacia el Trinity College. La policía tenía cortado el tráfico de personas y vehículos en Westmoreland Street, unos metros más allá de nuestra academia. Por ello nos vimos obligados todos a caminar en la dirección opuesta, hacia O’Connell Bridge, algo que a la mayoría de nosotros nos venía bien porque teníamos cerca de allí la parada del autobús y Tara Station donde tomábamos el bus o el tren para Dún Laoghaire, Ballybrack y toda la zona este de Dublín donde vivíamos muchos de los que nos dábamos cita en la academia. Los que tenían que ir por las calles cortadas deberían dar un rodeo para no pasar cerca de la Plaza del Parlamento

Al parecer la explosión había sido cerca de allí, al terminar Westmoreland Street frente al parlamento y a las espaldas del Trinity College, donde decían que iba a tener lugar un mitin de Bernadette Devlin, la más famosa activista católica, próxima al IRA, de aquella época.

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No obstante, los episodios que me contaba Joseba, eran hechos que nosotros no estábamos acostumbrados a ver por el sur, bien porque no se producían o porque nosotros no teníamos el sentimiento de identidad tan marcado como los vascos. En nuestro pueblo la guardia civil cuando intervenía era para arrestar a un borracho que estaba molestando, a un gitano, porque era lo normal que ellos siempre pagasen el pato de lo que fuese, y poco más. Según Joseba en su tierra sus intervenciones se producían por motivos distintos.

Según me contaba, allí la gente se reunía y hablaba de política. Algunos se expresaban en su propia lengua. Tenían fiestas típicas en las que al final de las mismas se entonaban cánticos patrióticos vascos ancestrales. No cedían al chantaje y al abuso de poder al que en otras tierras, como la nuestra, se solían someter a los paisanos. Allí nadie se llevaba la gallina o el conejo de tu corral porque fuese vestido de uniforme. Allí se enfrentaban a la guardia civil por cualquiera de esas causas y entonces lo normal era que obligasen por la fuerza a concluir la reunión, a dejar de hablar en vascuence, a terminar la fiesta en cuestión y a que algunos, con gallina incluida, acabaran en el cuartel.

Cuando escuchabas un relato de ese tipo, con toda clase de detalles, te hacía cavilar sobre lo que haríamos nosotros si esos hechos sucedieran en nuestros pueblos un día tras otro, si los perjudicados sistemáticamente no fuesen solo los gitanos y si, además, nos sintiéramos distintos, porque lo éramos, de los demás. Eran ideas que se te iban fijando y que al final te hacían tener que coincidir con él en que algo se debería hacer aunque no fuese el ir poniendo bombas por ahí.

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