El jueves
Era un día especial. Vestía sus mejores galas. Último botón de la camisa o del vestido desabrochado, en un premeditado descuido. Rostro brillante enmarcado en cabellos relucientes como ningún otro día. Labios resaltados con perfil y brillo que aumentaban su sensualidad. Perfume suave pero notorio. Todas las semanas, ese día pasaba el supervisor por la oficina. Al abrir la puerta de su despacho a la muchacha se le salía el corazón del pecho. Él, apenas si le dedicaba una mirada de soslayo mientras musitaba un "buenos días" impersonal que ella lo tomaba como la frase más amorosa que jamás le hubiesen dirigido. La noche de los jueves, después de la cena, le pedía a su esposo que le hiciese el amor con frenesí. |