EL PRIVADO USO DE LO PÚBLICO.

  

El afán recaudatorio de la mayoría de los ayuntamientos está llevando a una sobreexplotación del suelo y subsuelo de las ciudades con el fin de aumentar los ingresos de las arcas públicas al tiempo que se proporcionan pingües beneficios a las empresas privadas a las que se les arrienda o cede la explotación de dichos espacios.

    ¿Estos negocios redundan en beneficio del ciudadano de a pie, nunca mejor dicho? Me temo que no, todas las mejoras que se llevan a cabo en las calles de las ciudades son en primer lugar una sucesión indefinida de molestias que a la larga sólo acarrean más molestias, veamos.

    So pretexto de ampliar las aceras para que los viandantes podamos caminar más a gusto, se anulan muchos aparcamientos; los pocos que quedan se reservan a carga y descarga, minusválidos, taxis, vados permanentes y el resto para zona azul. Aquí, en mi ciudad, y durante esta última legislatura existe el caso más llamativo que se haya visto en ciudad ninguna: reconvirtieron un carril bici en zona de libre aparcamiento para a los dos días reconvertirla en zona azul, con ello los munícipes han cumplido con su promesa electoral de quitar el carril bici con el consiguiente jolgorio de los que así lo pidieron con sus votos, lo que me imagino es que los vecinos y comerciantes de la zona no sospechaban del uso final que iba a hacer el ayuntamiento de ese espacio, porque, probablemente aquí no se haya acabado: ese espacio, con casi total seguridad se puede afirmar, terminará convertido en terraza de algunos de los bares existentes en la zona o que se inauguren de aquí a nada.

    Éste es otro aspecto del uso del suelo público para fines privados y recaudatorios. Resulta que se amplían las aceras y los peatones hemos de ir por el centro de la calle porque aquellas están ocupadas por los desocupados que al fresquito o al sol toman sus refrescos y tapas tan ricamente sentados. Beneficio por partida triple para los ayuntamientos y perjuicio por igual múltiplo para el ciudadano: Impuesto de circulación, más impuestos de apertura de local, más impuesto de ocupación de vía pública para las arcas municipales; el ciudadano, mientras tanto, paga el primer impuesto directamente al ayuntamiento e indirectamente los otros dos cada vez que se sienta a tomarse un refresco, puesto que el dueño de la terraza-bar es sólo un intermediario que repercute en los clientes los impuestos que paga al ayuntamiento. El día que conviertan las calles en peatonales, tendremos que ir por las adyacentes porque las terrazas ocuparán toda la superficie “peatonal”.

    Volviendo a los aparcamientos. Visto que no hay forma humana de aparcar en la superficie nos vemos obligados a descender a las profundidades de la tierra. Recuerda uno en este momento con cariño a los gorrillas que a la puerta de los edificios públicos, fundamentalmente los hospitales, te ayudaban a encontrar un aparcamiento y después te extendían la mano solicitando unas monedas. Entonces, unas veces, te molestaban y sentías impotencia por no saber enfrentar la situación; en otras, te sentías magnánimo y le dabas los veinte duros antiguos, o los cincuenta céntimos o el euro actuales; casi siempre te repelía un poco el aspecto desaliñado del gorrilla o la gorrilla de turno porque su procedencia social no era la tuya. Hoy en día, sin embargo, cuando vuelves al subsuelo a recoger el vehículo, cuando te paras en la primera planta para acercarte al “gorrilla” robotizado que te va a cobrar, y sin rechistar, lo que marque el contador sientes otro tipo de impotencia. ¿Cómo puede ser que en los tiempos en qué vivimos puedan existir “ladrones” tan autorizados a serlos como los arrendatarios o explotadores (nunca vino mejor el término) de los aparcamientos públicos? Resulta que las tarifas para nada son uniformes y pueden moverse en una banda desde los 80 céntimos al 1,20 euros, dependiendo de la zona de la ciudad en la que aparques, igual que un piso en el centro es más caro, aparcar en el centro también lo es, aunque el espacio que ocupes sea el mismo o incluso menor; igual da aparcar por espacio de cinco minutos que de sesenta, el precio es idéntico, pagamos por hora o fracción; si tienes algún percance vaya usted en busca del “maestro armero” porque difícil te será encontrar a personal que pueda solucionarte el caso, y esto son lentejas...

    Con los gorrillas regateábamos el euro a pesar de que el aparcamiento fuese por tiempo indefinido, con las máquinas de la zona azul jugamos algo, ponemos un mínimo, ajustamos el ticket al tiempo, a veces se alarga la estancia, etc, en los aparcamientos subterráneos te tienen “trincado”: o pagas o no sales de ellos. ¿No dicen que los fiscales deben actuar de oficio ante lo que entienden como delito? ¿Es que este asunto no es un “atraco” en toda regla? ¿A qué espera el legislador para socorrer al ciudadano? Si con los teléfonos se ha conseguido, hasta cierto punto, que se pague por el uso que se hace de la línea, amén de los mínimos, ¿para cuándo lo mismo con los aparcamientos?

    De verdad que estos gorrillas actuales a los que no les vemos la gorra ni el pelo, son mucho más astutos, convincentes y “rateros legales” que aquellos otros que casi están desapareciendo de las ciudades y que tanto molestaban a las autoridades por la imagen que daban de su ciudad, estos del subsuelo parecen no molestar a nadie, más bien al contrario.

    Y nos dirán que dejemos el automóvil en casa, que usemos los transportes públicos... y nosotros sonreiremos.

     Teodoro Martín de Molina. Abril-2005.