The Avenue

(Verano en Dublín)

15. EN CASA DE LOS O'CONNOR

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Mrs. Christine O’Connor era viuda. En una repisa de la cocina-comedor-sala de estar, había una foto del difunto Mr. O’Connor con uniforme militar. En la bocamanga no se veían estrellas o distintivos que  indicaran un alto rango en el escalafón,  unas bandas a media manga daban idea de que pudo haber sido suboficial.  La paga que le quedara a la viuda no debía ser muy grande pues bien estaba a las claras que para ir tirando tenía que hospedar a varias personas en su domicilio.

Por mí solo cobraría la cama pues yo comía en el hotel.  Los otros dos huéspedes si estaban a pensión completa. Ello obligaba a la dueña de la casa a levantarse temprano para preparar el desayuno del hijo y de los otros dos huéspedes. Cuando yo salía para el hotel, normalmente, ellos ya habían desayunado o estaban en ello. Greg antes de irse a la Universidad y Mr. Spencer al trabajo; Mr. Power,  que ya estaba jubilado, saldría a darse un paseo o a reunirse con sus amigos en algún centro social de Dún Laoghaire.

Después debía preparar el lunch para que Greg y Mr. Spencer se lo llevaran en su carpeta o maletín. El suyo y el de Mr. Power lo prepararía rondando el mediodía. Lo normal, para los que no almorzaban en casa, era un par de sándwiches y quizá alguna fruta. La comida fuerte, un estofado o alguna carne al horno con patatas cocidas o también al horno, se la comerían en la cena, al rato de regresar de sus respectivos quehaceres.

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Mr. Spencer trabajaba en una fábrica de mantequilla y quesos, así que muchas veces se presentaba en la casa con una caja de esos productos lo que daba para muchas tostadas y sándwiches, cosa que agradecía efusivamente, sin pasarse, Mrs. O’Connor.

Era hombre de pocas palabras. Solía hacer pocas preguntas y a las que se le hacían respondía con poco más de un “yes” o un “no”, que costaba Dios y ayuda sacar de su enronquecida garganta. Poco sería el inglés que aprendiera con él. Algunos viernes llegaba tarde, a veces hasta más tarde que yo, y al ruido de sus ronquidos había que añadirle el fuerte olor a tabaco y alcohol con el que inundaba la habitación.

Mr. Power a su menudo cuerpo añadía su escasez de espíritu. Apenas le salía la voz del cuerpo y el buen hombre debía de padecer alguna enfermedad propia de la senilidad pues se repetía constantemente. Cada vez que coincidíamos en casa me hacía las mismas preguntas, daba igual que yo le contestase lo mismo o que, para probarlo, le cambiase las respuestas. Si me preguntaba de dónde era, a mi respuesta siempre me decía, con una voz casi inapreciable, un simpático «nice country, nice people», como si él hubiese estado en él. Para él España, Francia, Italia o Alemania, por ejemplo, todos eran países bonitos con gente agradable. Lo mismo ocurría si la pregunta era referida al trabajo, en esa ocasión cambiaba el country por job y people por un place con final sibilante que casi llegaba a silbido. La verdad es que de tantas repeticiones de preguntas, respuestas y coletillas, con Mr. Power sí que llegué a aprender algo de inglés.

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