Teodoro Martín de Molina |
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«Me armé de valor y la enfrenté de cara. La sangre se me quería salir por las sienes, me pareció estar atado de pies y manos, era incapaz de mover un músculo o de hilvanar unas palabras de saludo. Y fue ella la que cubriéndose con la camisa que tenía tendida al sol sobre una mata de torvisco me sonrió, y me hizo un gesto con la mano para que me acercara y llenara el pipote del agua que caía sobre la pizarra plana, hundida en el centro, que hacía las veces de reposadero de cacharros. Y yo, madre, que tenía tanta sed, me embriagué hasta perder la consciencia. He bebido de sus fuentes, he gustado de sus caños, me embelesó su dulzor y me embriagué con lo amargo». |
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