The Avenue

(Verano en Dublín)

19. EQUÍVOCOS

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         Pronto dejé de fumar Ducados entre otros  motivos porque los dos cartones que llevaba no iban a ser eternospara pasarme al cigarrillo inglés, del que lo primero que me llamó la atención fue su menor grosor y longitud respecto a nuestro tabaco negro. No me podía permitir el lujo de comprar una cajetilla de aquellos que más se parecían a los nuestros: Benson & Hedges o John Player, eran caros. Me tuve que decantar por el Silk Cut, el Number One o Number Six, que eran las marcas de cigarrillos más populares y por tanto las más baratas —por cierto una de mis múltiples meteduras de pata con el idioma ocurría cuando iba a comprar una cajetilla del mencionado Number Six. No era extraño que la mayoría de las veces me diesen una de Ambassy, que era un poco más caro, así que me veía repitiendo una y otra vez «A Number six, please, a Number six», y es que, aunque su escritura era, y es, completamente distinta, en el momento de pronunciar la frase la diferencia sólo estriba, prácticamente, en la “x” final de Six. Fonéticamente los sonidos son casi idénticos: “A Number Six”, “An Ambassy”. Yo, como buen andaluz, me solía comer la “x” final y de ahí el equívoco, así comencé a comprender la importancia de una correcta pronunciación en tierras extrañas en un idioma extraño.

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No serían estos los únicos equívocos que tuviera en mis primeros tiempos dublineses. Las camareras del hotel se reían picaronamente cada vez que me cruzaba con alguna de ellas en las estrecheces de la cocina o del staff room y, educadamente, les repetía una y otra vez el consabido «excuse me», que a ellas, según supe más adelante siempre les sonaba  a un apasionado «kiss me». No sería de extrañar que en aquellos momentos, sin querer o queriendo, el equívoco entre el “perdona” y el “bésame” en más de una ocasión no fuese tal.

Quizá el más embarazoso de todos los malentendidos fue cuando una tarde, mientras cruzaba O’Connell Bridge con Madeleine, la chica de Galway, yo entendí, después de que le soltara una de mis tonterías en inglés, que ella me dijo con una sonrisa insinuante sobre el río Liffey, y a plena luz del día: «Make me love». Cuando la joven vio mi azoramiento y mi perplejidad ante su presunta proposición, estalló en una sonora carcajada que me abrió los ojos y los oídos para entender que lo que me decía era: “You make me laugh”, es decir, ”me haces reír”, en vez de “hazme el amor” que fue lo que entendí, o quise entender, en un primer momento; total, cuestión de fonética, donde la no distinción entre una “a” más o menos larga y una fricativa u otra puede dar lugar a que el más lelo de los humanos se cree unas falsas expectativas e ilusiones que rápidamente la realidad hace que vuelva a poner los pies en el suelo. Entonces, como el que no quiere la cosa, me carcajeé con Madeleine, aunque malditas las ganas que tenía de reír.

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