The Avenue

(Verano en Dublín)

23. FRIDAY NIGHT

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      El Top Hat era una sala inmensa. En la parte superior se encontraban el hall de entrada, la barra y unos asientos próximos a las paredes en los que aquellos que ya estaban cansados del baile se subían a tomar un refresco y de paso se daban un respiro. Desde una especie de balconada se tenía una vista general de toda la sala de baile, escenario y los espacios laterales en los que también, como en la parte superior de la discoteca, había un buen número de parejas tomándose un refrigerio o haciéndose arrumacos y caricias propias de la edad y el lugar, y sobre todo del deseo.

         Todos los viernes había actuación en directo de algún grupo de música conjunto lo llamábamos en aquella época—, yo no sabría decir si eran o no famosos, pero la gente acudía en masa y el local estaba siempre a rebosar. Iban cientos de jóvenes, y no tan jóvenes, de todo Dublín.

Allí se daban cita todos los que querían pasar un rato agradable acompañados o tratando de buscar la compañía adecuada para la noche de divertimento por excelencia de la capital irlandesa. Dentro de la discoteca no estaba permitido vender bebidas alcohólicas, así que no era el alcohol lo que atraía a la mayoría de los que nos reuníamos allí. Los que necesitaban alcohol para animarse solían pasar antes por algunos de los pubs que había por los alrededores. Yo era uno de los que iba a echar un vistazo tratando de encontrar compañía femenina con la que pasármelo bien, y que ella se lo pasase bien conmigo. De hecho allí, en el Top Hat, conocí a casi todas las chicas con las que tuve algún tipo de relación durante mi estancia en Dublín.

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        No era raro que de improviso, sin saberse muy bien el motivo, en realidad casi nunca se conocía, de pronto comenzara un tumulto y cuando quería uno enterarse de lo que pasaba casi se veía envuelto en la trifulca. Los puñetazos y los empujones se concatenaban y aquello era como un reguero de pólvora, uno le daba al vecino y este le devolvía lo recibido o se lo traspasaba al siguiente. En poco rato gran parte de la sala se veía envuelta en la algarabía y si te pillaba en medio y salías indemne de la misma podías cantar victoria. De repente, de igual modo que había empezado regresaba la calma y todos volvíamos a lo que estábamos, a lo que nos interesaba.

En una ocasión no sé cómo no me partí la lengua y los dientes. Tratando de evitar el bullicio tomé de la cintura a mi compañera de baile y, al intentar subirla al escenario para quitarla de en medio de todo el follón, no sé cómo su cabeza tropezó con mi barbilla. Por fortuna, aunque a mí me quedó un fuerte dolor en la mandíbula y a ella en la frente la sangre no llegó al río –tampoco se vio entre mis labios ni entre los suyos- y al poco rato, una vez se recuperó la normalidad dentro de la sala, volvimos a seguir bailando como si nada hubiese pasado.

         En el Top Hat nos solíamos ver algunos de los que formábamos parte del staff del Avenue. Yo procuraba, tras el saludo de rigor, no quedarme con ellos. Ya había bastante con nuestra relación a lo largo del resto de la semana. Tampoco eran todos los que aparecían por allí, ni todos los viernes. Los más asiduos eran Ronan, Michael, Jack, y las recepcionistas: Miss Kelly y Miss Doyle. Como ya he dicho, en una ocasión acepté la invitación de esta última para bailar una pieza con ella, tras la cual la volví a llevar con el resto de compañeros y yo me adentré entre la multitud para buscar a una muchacha que encajara más conmigo.

         Como en la mayoría de los eventos, la interpretación del himno nacional irlandés, seguido por todos los asistentes puestos en pie y en respetuoso silencio, daba fin poco después de la medianoche a la actuación del grupo que ocupaba el escenario y a la actividad bailonga de los que nos encontrábamos en la pista.

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