El que suscribe se confiesa católico practicante
(esto último hasta cierto punto) y pecador como todos los humanos,
profesen la religión que sea, así como si no profesan ninguna:
“El que esté libre de pecado que tire la primera piedra”.
Ante la cruzada comenzada por la jerarquía de la iglesia católica
respecto a lo que llaman “persecución” por parte del gobierno de la
nación, quiero dejar constancia de mi parecer y mi modo de entender
las iniciativas tomadas, o no tomadas, por el gobierno y que hacen que algunos
de los católicos se sientan agredidos en sus más íntimos
principios.
En primer lugar decir que yo, como católico, no me siento agredido
por ninguna de dichas iniciativas y que más adelante enumeraré.
Las agresiones por parte de los gobiernos las sufre uno más como ciudadano
que como creyente. La fe es algo tan personal e íntimo que no puede
verse afectada por decisiones políticas que tratan, en muchos casos,
de solucionar problemas seculares de determinados colectivos de nuestra
sociedad; yo me siento agredido cuando el gobierno no utiliza mis impuestos para el beneficio
de toda la comunidad, cuando no defiende de forma correcta los intereses
de todos los ciudadanos, cuando no ampara a aquellos que más lo necesitan,
cuando defienden políticas con el único fin de permanecer en
el poder y, en definitiva, cuando me hacen sentir un títere que debe
moverse según los criterios de quienes los sustentan económica
y mediáticamente. Aspectos, todos los anteriores, en los que, hasta
el día de la fecha, la iglesia católica si debe sentirse algo,
debe ser más bien favorecida que discriminada, o lo que ahora se da
en llamar la “discriminación positiva”.
En este momento actual en el que parecen haber resucitado los monseñores
Guerra Campos de la transición, sin el contrapunto de los Tarancón
o Añoveros, este último en época anterior, la jerarquía católica
española se ha puesto nerviosa fundamentalmente, en mi opinión,
por tres asuntos de muy distinta índole pero con un cierto trasfondo
común: uno de ellos sobre el que ya existe iniciativa legislativa
(matrimonio entre homosexuales), otro que anda como rumor por los mentideros
(la financiación de la iglesia por parte del estado) y, por último,
el tratamiento de la asignatura de religión en la futura ley de educación;
además están otros como la ley del aborto (durante los últimos
ocho años parece ser que estuvo derogada), la eutanasia, el divorcio
(igualmente suprimido en período de derechas), la investigación
con células madres, y el recurrente tema del uso de los anticonceptivos,
¡anatema entre todos “el preservativo”! que, aprovechando el achuchón,
se vuelven a sacar a colación para que esto parezca la Rusia del tiempo
de la posguerra, donde todos los diablos se daban cita para llevar a cabo
los aquelarres habidos y por haber en contra de los bienhechores de la patria.
Y para poner la guinda al pastel, Su Santidad, el Papa, saca en estos días
a colación, además del peligro que supone España (bueno,
su gobierno) para toda la cristiandad, el trasvase del Ebro, ¿qué
me dicen ustedes?
Vayamos por partes:
Parece que el problema del matrimonio entre homosexuales se encuentra
en el uso de la palabra “matrimonio”; da la impresión de que si en
su lugar se dijese otra, aunque los efectos fuesen los mismos, el asunto
podría cambiar. ¿Existirá hoy en día, en un
elevado porcentaje, pantomima más surrealista que los matrimonios
eclesiásticos en la que la mayoría de los contrayentes ni
han practicado, ni practican, ni piensan practicar como católicos
en toda su vida? Bue
no, sí, algunos fueron bautizados e hicieron la primera comunión.
¡Qué decir de estas dos celebraciones eclesiásticas,
que no sepamos todos! ¿A qué jugamos? ¿A quiénes
queremos engañar? ¿Se pide el carné de católico
para efectuar dichas celebraciones? Y si se exige algo ¿hasta que punto
se es estricto? Los actos sociales camuflados de ceremonias religiosas deberían
producir el mismo o mayor rechazo entre la jerarquía que los matrimonios
entre homosexuales, sin embargo se admiten, se toleran y hasta se potencian
en determinadas ocasiones.
Otro aspecto de este miso asunto es la adopción por parte de estas
parejas. Probablemente, sin entrar a valorar el fuero interno de las personas,
muchos hijos naturales, aunque en su colegio puedan decir que mi papá
es Fulanito y mi mamá es Fulanita, recibirán un ejemplo, una
educación en valores éticos y sociales que en nada sean más
envidiables de los que puedan recibir por parte de una pareja en la que los
dos miembros son del mismo sexo. Las personas no sólo somos sexo,
o quizás sexo es lo menos que somos o deberíamos ser; tenemos,
o deberíamos tener, otros potencialidades que seguro son más
fundamentales, que aquello, para ayudar a un ser en construcción a
que se forme como persona. Pero no, partimos de nuestros tabúes ancestrales
y lanzamos diatribas contra todo aquel y todo aquello que se aparte de lo
establecido como “correcto”, claro está, establecido por nosotros
mismos según nuestra conveniencia. ¿Qué ocurre con la
homosexualidad, pederastia y otras desviaciones sexuales que se dan dentro
de la propia Institución? Se suelen condenar con la boca pequeña
que no castiga a nadie. ¡Qué hipócritas e injustos somos
en ocasiones!
¿Hasta cuándo la iglesia católica va a seguir siendo
la única confesión que se financie vía presupuestos
generales del estado? ¿Por qué no se actúa de igual modo
con las demás confesiones, de acuerdo con su implantación? Aunque
esto de la implantación es algo tan subjetivo que probablemente nunca
se llegará a conocer en realidad cuantos son los que pertenecen a
una u otra confesión. Por ello ¿no sería mejor y más
justo que cada confesión se sustente con las aportaciones de sus propios
feligreses o simpatizantes? Así no habría lugar a ninguna
duda ni polémica: yo católico estoy dispuesto a participar
en el sostenimiento de mi iglesia en la medida que mis posibilidades me lo
permitan; supongo que igual que yo todos los demás católicos,
los protestantes, evangelistas, mormones, testigos de Jehová, adventistas,
musulmanes, budistas, etc, etc. Al igual que re realizan colectas para tal
o cual causa, que se haga una semanal, mensual o anual dedicada al mantenimiento
del culto, del clero y de los edificios, seguro que con las aportaciones
de los fieles todas las iglesias tendrán aquello que precisan, y sobre
todas la católica, pues... somos tantos millones los católicos
españoles, que con poco que aportemos, el tema está solucionado,
o ¿es que no somos tantos como se suele predicar?, o ¿es que
la jerarquía teme llevar a cabo un recuento real y efectivo de los
católicos practicantes y dispuestos a colaborar activamente en su
mantenimiento? Porque si tomamos como barómetro la asistencia a la
Santa Misa los domingos y fiestas de guardar...
Llevo casi treinta y cinco años en la escuela como profesional,
el resto de mis años los pasé como alumno, es decir, toda la
vida en la escuela. Como maestro, en mis primeros tiempos, y fruto del mimetismo
que todos solemos trasladar a la hora de la práctica de lo vivido
en nuestras escuelas, hice rezar a mis alumnos al entrar y salir de clase
y poco más. Pronto me di cuenta que no era yo el encargado de adoctrinar
a mis alumnos en aquello que era propio de sus padres, catequistas o sacerdotes.
Mientras fui alumno recé al entrar a la escuela, al salir, a la
hora del Ángelus, el Santo Rosario los sábados, los versos
a la virgen en el mes de mayo y cada vez que al maestro le apetecía
que así se hiciera, dependía del grado de beatería del
maestro, en mi caso bastante escaso, algo que agradezco hoy. ¿Por qué?,
porque el único recuerdo que tengo de aquello era la desgana, la
abulia, el tono monocorde y falto de todo lo que tuviese algo que
ver con el hecho religioso que dichos rezos y actividades provocaban en
la inmensa mayoría de los niños y niñas que nos veíamos
obligados a practicarlo. La Religión me la enseñaron mis padres,
mis hermanos mayores y algunos sacerdotes cuando conversaba con ellos. La
Religión forma parte de la vida en general y no es algo específico
que haya que enseñar en la escuela como una asignatura más,
¿de qué vale una clase de Religión si el que la imparte
no predica con el ejemplo?, ¿para qué quiero que mi hijo reciba
clases de Religión si en mi casa ni tan siquiera le damos el más
mínimo valor al hecho religioso?, ¿por qué se empeña
y se empeña la jerarquía católica en sacar estadísticas
sobre el número de alumnos que desean recibir clases de Religión,
si saben a ciencia cierta que todo es una farsa y una mentira basada en
el qué dirán de los pueblos, o en el esto mejor que nada?
Porque entre otras cosas, a las clases alternativas a la religión,
en general, la administración educativa les presta una atención
escasísima, y los docentes abundamos en más ocasiones de las
debidas en ese mismo desinterés.
Si la asignatura de religión en vez de pasar a un plano secundario,
como pretende el gobierno, pasara “a una mejor vida” dentro de la escuela
pública, pienso que fortaleceríamos a la propia religión
y no entraríamos en las diatribas en que en poco tiempo nos veremos
cuando otras religiones opten, con todo el derecho que les asiste, a que
también se impartan en la enseñanza pública. En la escuela,
creo, no se debe practicar, evangelizar ni adoctrinar en ninguna de las creencias,
esta labor debe dejársele a las familias y a aquellos en los que los
padres deleguen dentro de su propia iglesia.
Uno tuvo la suerte de nacer en una familia católica cuyos padres
eran católicos (la misma suerte que tuvieron aquellos que nacieron
en familias de musulmanes, protestantes, agnósticos, etc..), pues
bien, en el seno de la familia cuando se planteaba, a título dialéctico,
el derecho defendido por la iglesia del nonato sobre la madre en el caso
de peligrar la vida de ambos, los padres de uno, ambos católicos como
decía antes, defendían posturas distintas: uno salvaría
a la madre, el otro salvaría al nonato. Estas diferencias, dudas y
cuestionamientos se planteaban entonces, cuando uno aún no era adolescente,
estamos hablando de hace cuarenta o más años Ya sé
que no es el mismo caso del aborto, pero no me negaréis que tiene
una cierta relación. Por eso cuando la iglesia se opone frontalmente
al aborto tal y como está regulado en la actualidad en España,
yo me planteo las mismas dudas, reflexiono y le pido a Dios que nunca me
tenga que ver en la tesitura que dichos supuestos presentan porque, estando,
en general, en desacuerdo con el aborto, no me gustaría tener que
decidir si sí o si no, por mí o por los míos, porque
llegado el momento... ¿quién sabe?
El aborto parece haber estado abolido durante los ocho años de
gobierno de la derecha. Durante ese tiempo parece ser que no se abortaba
y, por ello, la jerarquía católica apenas si se ha pronunciado
al respecto, y ¿se pronunciaba contra los que abortaban en tiempos
anteriores a la democracia? ¿Quiénes eran esos? ¿A
qué casta pertenecían?. Y me pregunto yo: ¿es que el
derecho a la vida que defienden no es el mismo sin importar quien esté
en el gobierno?
Si no deseamos el aborto, además de una educación sexual
apropiada y una adecuada preparación de los jóvenes, existe
una solución para evitar los embarazos no deseados y, evidentemente,
hoy en los albores del siglo XXI esas medidas no pueden pasar por la abstinencia
sexual como pretende la jerarquía católica. Ya está
bien, no nos pueden seguir metiendo el miedo en el cuerpo y considerando
el sexo como sucio, perverso, y origen de todos los males de la humanidad,
mientras se pasan por alto un sinfín de acciones tan execrables como:
la pena de muerte, las guerras, la violencia sin fin, el fraude de ley, la
explotación del ser humano, su discriminación, el cruzamiento
de brazos ante el hambre, la enfermedad y tantas perversidades que si no
provocadas, si olvidadas por los que nos llamamos católicos, o cristianos,
o defensores de ésta o aquella religión.
El control de la natalidad por medio de los anticonceptivos es la solución
más racional para que muchas parejas o mujeres no se vean abocadas
a plantearse la necesidad del aborto, independientemente de los supuestos
recogidos en la ley.
Entre todos los anticonceptivos, el preservativo merece un punto y aparte
por su doble función como anticonceptivo y como medio para prevenir
las enfermedades de transmisión sexual y la más terrible de
todas las pandemias de la historia de la humanidad: el SIDA. ¿Qué
se les puede haber cruzado por sus cabezas al Papa y a los obispos para tener
ese rechazo tan irracional al uso del condón? Dicen que la carrera
más larga que hay es la de cura pero, ¿en qué han echado
su tiempo todos aquellos que defienden esa tesis? ¿No se pretende
la defensa de la vida por todos los medios? Entonces, ¿nos da igual
que mueran millones y millones de seres humanos? ¿Debemos seguir manteniendo
y no enmendando que lo recomendado es la abstinencia o la fidelidad? ¿Hasta
cuando se va a de fender postura tan contraria a la
vida como ésta que defiende parte del clero?
La verdad es que la actitud de parte de la jerarquía católica
en lo referente al sexo, en general, y al uso del preservativo, en particular,
me parece tan cavernícola y fuera de razón que pienso que no
necesitan ni una palabra más de defensa las consideraciones contrarias
a ella.
Sin profundizar mucho, me he extendido en demasía en los temas
anteriores y se me quedan en el tintero otros como la eutanasia, el divorcio
y las investigaciones con células madres, aspectos sobre los que
la iglesia también se manifiesta en desacuerdo desde una perspectiva
fuera de tiempo y en muchos casos de la caridad cristiana que fue lo que
en realidad nos mandó Cristo con el resumen de los mandamientos.
Pues no deja de ser un acto de amor dejar morir en paz a aquel que sólo
puede seguir con vida gracias a la ayuda de medios mecánicos o que
sufren y hacen sufrir, sin desearlo, innecesariamente. También puede
ser consider ado un acto de amor el reglamentar adecuadamente el desamor
de las parejas, pues en una convivencia ficticia poco pueden aportarse uno
al otro y mucho menos a la prole si la h ubiere. Y
respecto a las investigaciones con células madre ¿volvemos
a los t iempos de Galileo, Servet, la Inquisición,
los “Torquemadas”, y demás períodos negros de la más
oscura iglesia?
Con la cuerda que parece que le han dado a los obispos, tiempo habrá
para continuar con el tema.
Si cada uno de nosotros nos viésemos en la situación de
tener que enfrentarnos con algunos de los temas antes señalados,
¿sabemos de verdad cómo actuaríamos? ¿Somos
capaces de ponernos por un momento en la piel de los que a nosotros nos
parecen tan indignos? Si alguien de nuestra familia estuviese en algunas
de las circunstancias tan denostadas por los obispos españoles ¿qué
haríamos? Pensemos por un espacio que nosotros somos ellos, quizás
nos ayude a comprenderlos un poco más.
Sé que no son todos los miembros de la jerarquía y, sobre
todo, del clero, los que defienden estas posturas pero la difusión
que se les da a los que las defienden es mil veces mayor que a los que no
lo hacen, aunque en número quizás sean bastantes menos. Por
ello no me parece mal difundir, en nuestro pequeño ámbito,
la mía que, como habréis comprobado no coinciden en todo con
las suyas.
Teodoro Martín de Molina. Enero, 2005.