Treinta años después
INTRODUCCIÓN Queridos hermanos: El motivo de la presente es recuperar, después de treinta años, un viejo y casi olvidado hábito, al tiempo que trato de compensar la correspondencia no escrita, ni enviada, durante tan largo período por culpa de la modernidad y de la flojera de la que siempre hicimos gala a la hora de coger la pluma. La vida te viene dada. No puedes elegir el momento ni el lugar de tu nacimiento, tampoco la sangre que correrá por tus venas. Nadie es autor de su propia personalidad. El alma de todo ser se va construyendo paso a paso, día a día. Somos seres en formación permanente. Aún en el momento de la muerte eres un ser imperfecto, ella es el último intento de perfección previo a la destrucción de la materia, probablemente cuando dejemos de ser materia llegará la deseada perfección. Nos engañamos si creemos que somos libres y autónomos en las decisiones sobre nuestro porvenir. Siempre ha existido y existe un alguien o un algo que ha ejercido sobre nosotros una determinada influencia que hace que caminemos por el sendero que tomamos. En cada uno de los momentos de la existencia, desde la infancia hasta la senectud, estamos condicionados por innumerables episodios en los que somos espectadores y actores de ocasión. Episodios que van calando como lluvia fina en el espíritu para hacer germinar aquello que jamás pudimos imaginar. Todos somos diferentes, aunque tengamos un mismo origen. Sólo el vínculo de la sangre es el que probablemente hace que en lo físico y en lo espiritual nos proximemos un tanto. Por eso, éste tiene que ser uno de los lazos que debemos procurar fortalecer día a día aunque existan momentos y circunstancias que en ocasiones nos lo ponen difícil. A pesar de las dificultades debemos pelear por la reafirmación de lo genuino, de lo que verdaderamente nos identifica. No obstante, formamos parte de un todo en el que actuamos como receptores y emisores a un mismo tiempo. Pretendidamente, o lejos de toda pretensión, influimos y somos influenciados, nos construyen y ayudamos a construir a otros. Fruto de lo genuino y de todo este totum revolutum eres tú y soy yo, somos todos. Y fruto del batiburrillo que supuso mi infancia, adolescencia y primera juventud, surge este relato en el que sólo pretendo reflejar momentos en la vida de gentes normales, en lugares comunes y en una época determinada, los años cincuenta y sesenta. En estos años, nuestra vida se desarrolla en Gaucín, el último pueblo al sur de la Serranía de Ronda, y, como la de otros coetáneos de otros lugares diferentes, está salpicada de hechos y anécdotas que recuerdo con cariño hasta en los casos menos deseados. Son hechos y anécdotas de lo cotidiano, en las que muchos de los que ya hemos pasado cierta edad quizás nos podamos ver reflejados en situaciones parecidas a las aquí relatadas, los más jóvenes podrán imaginar un retrato aproximado de sus mayores. En ocasiones lo narrado se corresponde con la realidad vivida, otras veces nace de la realidad soñada o imaginada y en otras muchas, como en la leyenda que aparece tras los títulos de créditos de algunas películas, «cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia». Recibid el cariño y un fuerte abrazo de vuestro hermano que os quiere y no os olvida. Teodoro. Granada, primavera de 2000. |