The Avenue

(Verano en Dublín)

11. KEVIN

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No era un diablo transfigurado en mujer de bellas formas o en Adonis de la época que se tratase, era un demonio en toda regla, recién salido del averno. Se hacía llamar Kevin —no sabría decir si ese era en realidad su nombre—. Era el segundo de a bordo en la cocina, el ayudante del chef, aunque en realidad sus ocupaciones estaban más dirigidas a los aspectos que requerían menos especialización: era más el encargado de tener todas las verduras, hortalizas, carnes y pescados preparados para cuando el chef tuviese que disponer de ellos.

Yo dependía directamente de Kevin y me producía terror cuando me tenía que dirigir a él para hacerle alguna consulta, o él se dirigía a mí para que dedicase mi tiempo a este o aquel menester. Cuando sonreía no sabía si era porque se sentía bien o porque se estaba riendo de mí en mis propias narices, jamás se preocupaba por hacerse entender ni mostraba el más mínimo interés en comprender mi incipiente inglés.

         Pelar las patatas, partirlas para ponerlas a freír o colocarlas en la olla para cocerlas, era una tarea tan simple como casi imposible de llevar a cabo cuando Kevin se metía por medio.

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Lilly sufría, al menos a mí me lo parecía, con la actitud de Kevin para conmigo. Cuando nos quedábamos solos o fuera de su mirada, me cogía de una mano y con una tierna mirada me animaba en cierta medida a que lo comprendiera, haciéndome dar a entender que no estaba en su sano juicio.

Ni Lilly ni Kevin vivían en las dependencias que el hotel disponía para sus empleados. El que Lilly viviese en su propia casa no me extrañaba pues era una mujer mayor y no daba la impresión de estar trabajando allí de temporada. En Kevin era más extraño, aunque por su ocupación también pudiera que fuese un trabajador estable y ya tuviese su propio alojamiento, bien solo o compartido con alguien.

Con el paso del tiempo me enteré, para mi sorpresa, que ambos compartían la misma vivienda. Unos decían que eran madre e hijo, otros que eran amantes. Había incluso quien afirmaba que eran ambas cosas. La verdad que la animadversión del uno por la otra era una perfecta tapadera para cualquiera de las opciones que se barajaban en el staff room cuando no estaba presente ninguno de los dos.

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