Macho Alfa       


El gallo se levantó eufórico. Sus quiquiriquíes resonaron en el aire poco antes de que la aurora extendiese su manto por las montañas y valles que rodeaban el corral. Había tenido un sueño que ya era recurrente, por lo que pensó que en cualquier momento podía hacerse realidad: había conseguido conquistar a la gallinita recién llegada de plumas tan iridiscentes como las suyas.

            Efectivamente, allí estaba ella casi tan altanera como él. Se pavoneaba entre el resto de sus congéneres al tiempo que distraídamente iba picoteando los mejores granos que sus compañeras no se atrevían a engullir por miedo a las represalias del gallo que las tenía advertidas sobre el asunto: «Comed los granos pequeños, los grande se los dejáis a la nueva».

            Tras uno de sus amorosos quiquiriquíes dirigido a la gallinita nueva, recibió respuesta de esta con un cacareo tan amoroso como su quiquiriquí y un abrir y cerrar de ojos que denotaban su deseo por verse cubierta por tan hermoso ejemplar.

            Ni corto ni perezoso, nuestro gallo se dirigió hacia la gallinita con las mejores intenciones, pero ella, ante la proximidad de su enamorado, sintió cierto rubor y con otro cacareo le dio a entender que sería mejor dejarlo para cuando sus compañeras estuvieran dando cabezadas en lo alto del mugriento palo del gallinero. El gallo, reprimiendo sus ardientes deseos, hizo caso a su amada y con un quiquiriquí aprobatorio le vino a decir que al anochecer la esperara cerca de los nidales.

            Llegó la noche y la gallinita nueva, con ese plumaje tan cuidado y tan sugerente, con sus carnes tan prietas y su delicado pico esperaba en el lugar adecuado. En la oscuridad percibió la refulgencia de unos ojos rojos que cautelosamente se aproximaban a ella y aunque no percibió ni el más leve quiquiriquí a los que el gallo la tenía acostumbrada, tampoco se extrañó pues conocía de la prudencia que el gallo usaba en estas citas clandestinas por los comentarios tan cacareados por sus compañeras de corral. Comenzó a ahuecar sus plumas y se dejó caer voluptuosamente sobre la paja del nidal esperando recibir como se merecía a su compañero de amoríos.

            En vez del suave pico del gallo en la parte posterior de su delicado pescuezo, notó como las fauces terriblemente potentes de la garduña la dejaban paralizada casi instantáneamente. Cuando alzó la vista en sus últimos estertores vio que el gallo se encontraba camuflado en el palo del gallinero tratando de confundirse entre todas las gallinas del corral al que él debía defender incluso a riesgo de su propia vida como había prometido cuando lo aceptaron todas las gallinas como macho alfa del corral. 

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