The Avenue

(Verano en Dublín)

6. MULGRAVE STREET

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Recogí la maleta y seguí a los dos por el pasillo desde la entrada hasta el fondo en el que se encontraba una habitación que me pareció hacía las veces de cocina y de comedor. En la izquierda una pequeña puerta daba acceso a una despensa en la que se veían algunos productos de alimentación en baldas colocadas en la pared de enfrente, a su lado la hornilla, el fregadero y un pequeño poyo sobre el que estaban algunos platos recién usados. En el centro una mesa con restos de lo que debía de haber sido la última comida del día, la supper. Cáscaras de huevo duro y medio tomate daban idea de que un sándwich con esos productos habrían acompañado a las tazas de té que aún se veían en la mesa con un poco de la infusión. A la derecha una puerta de cristales tras de los cuales se podía vislumbrar algo parecido a un jardín o huertecillo con un pequeño cobertizo.

Sentados a la mesa se encontraban dos hombres de muy distinto aspecto. Uno de ellos fornido, de mediana edad, pelo rubio y cara sonrosada, mostraba una sonrisa usada para la ocasión, era Mr. Spencer, él sería mi compañero de habitación. Al saludarlo su ronca voz daba idea de que no sería poco el tabaco que cada día trasegaba por su garganta desde la boca a los pulmones. El otro era un señor mayor de pequeña estatura, con escaso pelo canoso y una sonrisa natural en su enflaquecido rostro, se trataba de Mr.  Power. Ambos, al igual que yo, eran huéspedes en la casa de los O’Connor.

 Greg me hizo ademán de si quería tomar algo. Rehusé la invitación y entonces él, recogiendo mi maleta, me acompañó hasta la que iba a ser mi habitación. En realidad, mi dormitorio, pues ese sería prácticamente el único uso que yo le daría. También me enseñó el resto de la casa, toda enmoquetada. El baño, un salón que parecía estar reservado para las grandes ocasiones en el que destacaba un piano vertical de color negro que al parecer, y según los gestos de Gregory, su madre tocaba en ocasiones, y las puertas que daban a las habitaciones de Mr. Power, contigua a la mía y de Mr. Spencer, y por último las que daban a la suya y a la de su madre, ambas frente a las de los huéspedes, y en medio de ambas una pequeña puerta que daba a un aseo no muy amplio.

Ya estaba en Dublín. Ya se habían pasado todos los miedos del avión, la incertidumbre de la llegada. Había visto a mi hermana que estaba perfectamente y me encontraba en una habitación cerca de una cama en la que en pocos minutos iba a descabezar mi primer sueño irlandés. Al menos eso pensaba yo.

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