The Avenue
(Verano en Dublín)
15. MÚSICA ... Greg tocaba el acordeón bastante bien. A veces entonaba la melodía y usaba el acordeón como instrumento de acompañamiento. El acordeón lo manejaba bien pero la coordinación con la melodía le hacía que se desviase en más de una ocasión, momento en el que el pobre se ponía rojo como un tomate y empezaba a sudar como si estuviese segando en la campiña sevillana en vez de estar al fresquito en tierras irlandesas. No le importaba mucho. Resoplaba y con ello se echaba el flequillo hacia atrás y se refrescaba algo la cara, y comenzaba de nuevo para tratar de hacer coincidir letra de canción y acompañamiento de acordeón. Hasta que no consideraba que lo había conseguido, no cesaba en su intento. Ambos terminábamos agotados, aunque ambos salíamos ganando algo, el aprendía a tocar y yo me familiarizaba con las canciones que él intentaba enseñarme. Por lo que pude comprobar, a los irlandeses les encanta la música. La música y el baile. Su folklore, que en un primer momento pudiera parecernos monótono, por el contrario está lleno de matices y de variantes que lo hace de lo más atractivo. En casi todos los parques de Dublín existía un templete, o quiosco de música, en el que, si el tiempo lo permitía, algún día de la semana se subía un grupo para deleitar a los viandantes que por un momento dejaban de serlo para arremolinarse alrededor del templete y disfrutar del sonido de los instrumentos que con tanto arte tocaban los músicos profesionales u ocasionales. ... De la academia solíamos salir en tropel, después “rebujina calabaza”, pasaba lo mismo que a la hora del recreo, cada uno se iba con quien más le interesaba. Algunas tardes, el grupo que formábamos los españoles del sur más alguna que otra adherida, nos encaminábamos a unos locales junto al río Liffey en los que una asociación cristiana, conocida como La Legión de María (The Legion of Mary), llevaba a cabo un intento de integración cultural de todos los jóvenes extranjeros que por aquellos meses pululábamos por Dublín y que, además, tuviesen ganas de ello. Allí nos ofrecían la consabida taza de té acompañada de unos pequeños bollitos dulces con pasas u otras frutas, una especie de muffin o scone, en definitiva un bollito dulce, en otras ocasiones el té se acompañaba de pastries and biscuits, o sea, pastas y galletas. Antes o después del refrigerio, normalmente antes, asistíamos a una sesión de canciones irlandesas y, en ocasiones, a una exhibición de bailes típicos del país, sobre todo aquellos en los que hacían uso de los zapatos de claqué. Qué maravilla ver a aquellas jóvenes, casi siempre eran muchachas, mover los pies con esa soltura y precisión al acorde de alguna música irlandesa. ...
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