Esta semblanza estaba previsto que se publicase en la sección correspondiente del último número de "Agreste Alpujarra", pero seguro que por causas ajenas al editor de la misma, y que mucho tendrán que ver con la crisis que a todo afecta, el dicho ejemplar no ha visto la luz. Seguro que la revista volverá a ocupar su lugar en los kioscos y librerías, y entonces tendremos la oportunidad de ver este reportaje escrito sobre papel. Mientras tanto nos debemos conformar con leerlo en el formato habitual de nuestra web.

Agreste Alpujarra

 Nacida en Irlanda.

Desde que Gerald Brenan, don Gerardo para sus coetáneos de Yegen, en los años veinte del siglo pasado les señalara el camino y el lugar a sus amigos del Círculo de Bloomsbury,  los anglosajones no han dejado de visitar y asentarse en las tierras alpujarreñas. Con posterioridad, fundamentalmente a partir de los años setenta, se incrementaría el número de ellos que se quedarían por aquí al amparo de la tranquilidad, el clima, la gastronomía y, sobre todo, el entorno inspirador que atraía a creadores de todo tipo.

Sería algo después cuando Meg Robinson, la protagonista de estos párrafos, siguiera los pasos de otros artistas británicos y deambulara por el valle del Guadalfeo y los pueblos aledaños hasta asentarse al pie del río, en el Puerto Jubiley, durante un corto período de tiempo, para definitivamente decidirse a formar parte de la pequeña comunidad alcazareña.

Nacida en Irlanda, criada en Escocia y formada a lo largo y ancho de todo el mundo nuestra vecina Margarita, como gusta ser llamada, se dejó caer por estos lares allá por los últimos 90.

Pudiese ser considerada como uno más de los muchos extranjeros que atraídos por lo mágico de esta tierra decidió afincarse cerca de nuestras pizarras, launas y arcillas bermejas y ocres, próxima a las nieves de la Sierra y a un tiro de piedra de las aguas del Mediterráneo. En cierta medida, como tantos de los foráneos que se decidieron en su momento por hacer lo mismo que ella, buscaba una vida alejada del mundanal ruido, pero, al mismo tiempo, que éste no quedase demasiado lejos de modo que se pudiese llegar a él con no muchas dificultades.

Llegó al pueblo con poco equipaje externo pero con un importantísimo material espiritual que en su casa de retiro trata de transmitir a todos aquellos huéspedes que la visitan en las distintas épocas del año. A ellos y a los naturales, con inmensa amabilidad, les regala su sabiduría, su saber escuchar y compartir pensamientos, ideas, sentimientos y disfrutar de las pequeñas cosas que nos ofrece el entorno que son las que se convierten en  grandeza cuando rozan a los espíritus abiertos como el de Margarita.

No es ya una niña, pero no ha perdido ninguna de las inquietudes que desde jovencita mostró allá en su Escocia de adopción desde donde comenzó a volar en busca de otras tierras, otras personas y otros ambientes en los que poder impregnarse de todo aquello que pudiese hacer sacar al exterior el espíritu creativo que su interior guardaba.  Así ha sido capaz de reflejarlo en sus experiencias artísticas desde la creación literaria a la pintura, en la fotografía o la televisión.

Se define a sí misma como una abuela de corazón joven, a quien le encanta viajar a los más recónditos lugares del mundo. Alcázar, no cabe duda, que para muchos debe de ser uno de los lugares más remotos del planeta, no sólo para los que, como Margarita, vienen de lejos, sino que incluso para muchos de aquellos que simplemente viven en la misma provincia. Desde que decidió “empadronarse” aquí, comparte sus largas estancias con intermitentes “desapariciones”. Éstas son tan comunes como sus escapadas a Órgiva en busca del avituallamiento imprescindible o la necesidad de comunicarse con sus otros amigos o sus familiares por medio del Internet, algo que, por fin, parece ser que ya va a poder hacer desde su propia casa. En esas ocasiones, sus viajes son a tierras más lejanas y por períodos de tiempo mucho más prolongados que las pocas horas que pasa en Órgiva. A la vuelta siempre nos sorprende con sus comentarios sobre el lugar en el que ha estado. El más cercano es Escocia cuando va a visitar a sus hijos y nietos, tampoco es extraño que se pase una larga temporada entre los hielos de Alaska o entre los glaciares y milenarios bosques vírgenes de la Patagonia. O igualmente una temporada echando una mano en alguna ciudad peruana o en un poblado  de la selva amazónica boliviana.

Todos los habitantes del pueblo, tanto los permanentes como los temporales, la conocen. Al principio podían referirse a ella como “la inglesa”, “la extranjera”,  “la pintora”, pero definitivamente todas la llaman Margarita. Ella ha querido adoptar su nombre en español y, al menos en nuestro ambiente, no le gusta ser llamada como Margaret o Meg. Pero llámesela Meg o Margarita, seguro que siempre será la misma persona: alguien plenamente integrada y siempre dispuesta a compartir.

Leer su último trabajo, “Drawn by a Star. Adventures in Patagonia”, es un ejercicio de reflexión que te lleva a conocer y admirar a su autora, que sólo es capaz de captar lo bueno que hay en las personas y los aspectos más positivos de las circunstancias que rodean la vida de las mismas en los más variopintos ambientes.

 Teodoro Martín de Molina