The Avenue
(Verano en Dublín)
20. ON THE BUS ... La primera vez que me subí a un autobús fue aquella en la que Greg me acercó a la academia. Sobre la marcha aprendí una de mis primeras palabras en inglés. Me llamó la atención ver escrita en un cartel la palabra ONCE. Ignorante de mí, le dije a Greg que once era un número en español, y así, a renglón seguido, conté del uno al once en español y en inglés satisfecho de mi descubrimiento. Greg se rio, bueno, solo se sonrió, y haciendo un gesto como el que tira de la cadena del váter me repitió en varias ocasiones: «Pull once, pull once», que rezaba en el cartel donde aparecía escrita la palabra, al tiempo que con su dedo índice me señalaba que solamente había que tirar una vez de la cuerda que accionaba el timbre, o la campanilla, que anunciaba al conductor que alguien se apeaba en la siguiente parada. Un poco avergonzado pero satisfecho por haberlo comprendido también lo repetí yo: «Pull once, pull once», dándole a entender que lo había entendido: once, una vez, nada que ver con nuestro número once. En esa ocasión también me quedé con el cante de que allí no se pedía el billete para tal o cual sitio, sino que se decía la cantidad en peniques que se suponía que valía el billete hasta el lugar al que te dirigías, así se requerían billetes desde two a ten pennies, two para el trayecto más corto y ten para el más lejano, es decir el que te llevaba al City Center. Al poco de estar en Dublín me enteré de que la mayoría de los españoles cuando cogían el autobús jamás pedían el de diez peniques, como mucho llegaban a solicitar el de cuatro, después si el revisor te preguntaba por el billete y, al verlo, te decía que no se correspondía con el trayecto, se hacía uno el loco y como mucho te obligaban a pagar la diferencia correspondiente, aunque pienso que los revisores ya estaban al corriente de nuestra picaresca y pasaban de nosotros por no entrar en discusiones y nos dejaban creernos los más listos del mundo. Toda la vida creyendo lo mismo: “Lo que es de España es de los españoles”, “El más listo, el que más engaña y el que menos hace”, nunca tuvimos remedio. ... En aquel verano había en Dublín varios tipos de personas, o personajes, que se distinguían indubitablemente del resto de los mortales, uno de ellos éramos los españoles, como decía antes, tratando de ser más listos que los demás y dando la nota a la primera ocasión que se presentaba, viniese o no a cuento, siempre había quien intentaba hacerse notar, quien disfrutaba con eso. También se hacían notar, aunque por motivos muy diferentes, los miembros del Hare Krishna. En el bus iban con su peculiar vestimenta que era lo que los distinguía del resto. Por la ciudad se desplazaban, sobre todo por el centro de Dublín, en pequeños grupos de hombres vestidos con una especie de pantalones-túnica de color naranja con lo que daban a entender que eran monjes célibes, lo cual significaba que renunciaban a los placeres carnales y, probablemente, de otro tipo, aunque… vaya usted a saber. Iban con unas panderetas y una especie de chinchines entonando continuamente y de forma monocorde su «Hare Krishna, Hare Krishna, Hare Krishna, Krishna Hare…», al menos eso, o algo parecido, era lo que se les entendía. Estos personajes eran pacíficos en grado superlativo, nada que ver con otros que, también solían ir en grupos, mínimo dos, y que se distinguían por su carácter violento, una violencia sin razón, solamente porque a ellos les apetecía. Cuando los veías en el autobús o por el centro de la ciudad con sus cabezas rapadas, vestidos de negro y esos zapatones en los que por su característico sonido al chocar con el suelo te daban a entender que iban reforzados con elementos metálicos que a la hora de usarlos contra alguien harían un daño horrible, te ponían los pelos de punta. ...
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