The Avenue
(Verano en Dublín)
26. PHILIPPA
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Nada más alcanzar a las primeras muchachas que estaban al borde de la pista me topé con la pelirroja de los besos, me hizo un ademán de saludo pero continué mi camino en busca de algo distinto. Unos pasos más adelante había un grupo de tres muchachas. Sin dirigirme a ninguna en concreto, en un inglés ya bastante entendible, pregunté que si querían bailar («Do you like dancing?»), me faltó añadirle conmigo, porque la que parecía menos joven me miró de arriba abajo y me respondió que sí, para a renglón seguido, en medio de una sonora carcajada añadirme, «pero no contigo». La había comprendido perfectamente pero puse cara de no entender lo que me había dicho, aunque mi sonrojo probablemente me estaba delatando. Sin darme tiempo a decir nada más, otra de las muchachas lanzó una mirada de reprobación a su amiga y tomándome de una mano me invitó a bailar con ella. Era Philippa, la que iba a ser mi pareja el resto del tiempo que estuve en Dublín.
Con los primeros compases nos separamos de las otras dos amigas. La tranquilidad volvió a mi espíritu y el bochorno que me había hecho pasar la del «pero no contigo» se me fue de la cabeza y de las mejillas.
Ya estuve toda la noche bailando con ella. Cuando el conjunto que encabezaba el cartel descansaba, salían los teloneros que eran aun más ruidosos que los otros, así que nosotros también aprovechábamos ese tiempo para descansar. Subíamos a la parte superior de la discoteca y nos tomábamos un refresco sentados en una especie de tresillo junto a otras parejas. Nos dimos nuestro tiempo para intimar. No me ocurrió como con Madeleine que fue llegar y topar. Aunque yo seguía ardiendo en deseo, Philippa no era tan decidida. Aquella primera noche solamente la pasamos bailando y bailando hasta terminar rendidos. Pero al viernes siguiente, cuando nos subimos a descansar, después de haber tonteado con nuestros deseos mientras bailábamos, el impulso por buscar nuestras bocas fue tal, y lo tomamos con tanto ímpetu, que poco más y hubiéramos entrado en apnea.
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Vivía Philippa en una casa frente al paseo marítimo de Dún Laoghaire, con un jardín a la entrada y unas escalinatas que daban a la puerta principal. Esa era una calle bien iluminada, por eso nosotros escogíamos para despedirnos una calleja perpendicular y nos quedábamos bajo el umbral de una puerta próxima ya a la confluencia de ambas calles, supongo que era una puerta lateral de su propia casa. Si para nuestras muestras amorosas era un lugar perfecto, no lo era para todo.
Una noche estando en nuestros asuntos, nos hizo volver a la realidad el ruido del motor de un coche que se aproximaba lentamente hasta donde estábamos y que se paró frente a nosotros. Del mismo se bajaron cuatro tipos que si no eran Skin mucho se le parecían. Como siempre mi técnica de estos casos era la de no abrir la boca. Se paseaban por delante de nosotros, nos miraban, hablaban entre ellos, en alguna ocasión se dirigieron a nosotros y Philippa le contesto algo de forma desganada. Ya sabía algo de inglés pero una conversación entre ellos y, probablemente, en argot, me era muy difícil de seguir. Apenas entendí palabras sueltas que me hicieron temer por nuestra integridad. Por suerte se cansaron de dar paseos delante de nosotros y decidieron, como siempre lo hace este tipo de gente, entre carcajadas meterse de nuevo en el coche y marcharse a toda velocidad. Philippa me confirmó mis temores: habían robado el coche y estuvieron insinuándose y lanzando frases obscenas a ella y amenazantes a mí. No sé ni cómo, pero de allí salimos vivos los dos, aunque tengo que confesar que algo temblorosos.
Quieras que no, cuando sales por primera vez de tu tierra y llevas unos cuantos meses alejados de tu familia y de tus amigos de toda la vida, empiezas a echar de menos a unos y otros. Próximo ya mi regreso a España cuando paseábamos y mirábamos al cielo, al ver un avión sobrevolar la ciudad, sin comentarle nada a Philippa, pensaba que en uno de esos, en pocos días, regresaría a mi país.
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