Romance a un hombre de fe...


El veintinueve de junio
por la mañana temprano
antes del amanecer,
de que cantaran los pájaros,
leí lo que a Timoteo
le escribió el apóstol Pablo.
En su carta quise ver
las palabras de mi hermano,
pues era premonición
de lo que estaba pasando,
de aquello que iba a pasar,
de lo que estaba pactado
desde el día dos de mayo
del lejano treinta y cuatro:
porque los hechos suceden
queramos o no queramos.
   Ahora, sin más demoras,
quiero pasar a contaros
lo que en la antes dicha carta
decía Pablo de Tarso
y que al leerlo pensé
que era su último trabajo

(uno más de sus artículos

porque le diera un vistazo),
que me mandaba in extremis
para leerlo despacio.
Y ya no distingo bien,
no sé cuál de los dos santos
puso delante de mí
lo que escribo más abajo.
   “A mi hermano Timoteo,
-y entendí a mis hermanos-:
yo ya me encuentro en el punto

que debo ser derramado

igual que una libación,

pues ya se encuentra cercano

el momento de partir

a la busca del amado;

ya concluí mi carrera,

buen combate he peleado,

he conservado la fe

que mis padres me inculcaron.

De justicia la corona

para mí la han preparado
que el Señor, como juez justo,

en el día señalado

me dará junto a los otros

que por amor han guardado

su excelsa revelación

al igual que el oro en paño.

En esta grande pelea

mi Dios estuvo a mi lado

insuflándome la fuerza

que no posee el humano,

de modo que su mensaje

así fuese proclamado

por mi intermediación

para oídos de paganos.

De la boca del león

de ese modo fui librado;

y el Señor me librará

de aquello que sea malo.

Igual me preservará

hasta que ya esté a su lado

en su reino celestial

en el que siempre he esperado.

¡Por los siglos de los siglos

sea bendito y alabado!”

   Una carta de esperanza

que en estas líneas traslado

al romance, que es lo mío,

y que a mí me gusta usarlo

cuando quiero relatar

nuestro presente o pasado.

   Y aunque bien pude escribir

de tantas cosas, ¡de tanto!,

de lo bueno que en su vida

Salvador fue derramando,

hoy me he querido fijar

en su vida de cristiano

que de ese modo vivió

y así también se ha marchado.

Pues si no… qué fue su vida

cuando ejerció de abogado,

o cuando, por tantos años,

trabajó de secretario;

y, cuando en sus ratos libres,

después del duro trabajo,

se entregaba en cuerpo y alma

a los que estaban al lado

tratando de hacer feliz

al próximo y al extraño;

o cuando se dedicaba,

para distraerse un rato,

a navegar en archivos

inmerso entre mil legajos

para hablarnos de su Carmen

o de su Gaucín soñado,

y utilizaba el pincel

para mejor plasmarlos

en muy suaves pinceladas

y a veces con gruesos trazos;

qué decir de sus poemas

que había que descifrarlos

para poder encontrar

el hondo significado;

su “a propósito” del lunes

que escribía, “por si un caso”,

alguien bien aprovechaba

eso que él viera tan claro.

Fue buen esposo y buen padre,

un buen hijo y buen hermano,

un buen tío y buen sobrino,

un buen primo y buen cuñado;

de sus nietos, la locura,

amante de sus paisanos,

amigo de sus amigos,

los de ahora y los de antaño.

   Pero hoy, en este día,

que quedará señalado,

lo he querido recordar

en la carta de San Pablo.

 

Segunda lectura del día 29/06/2016, festividad de San Pedro y San Pablo.

Epístola a Timoteo 4.6-7-8-17-18

Querido hermano:

Yo ya estoy a punto de ser derramado como una libación y el momento de mi partida se aproxima; he peleado hasta el fin el buen combate, concluí mi carrera, conservé la fe. Y ya está preparada para mí la corona de justicia que el Señor, como juez justo, me dará en ese día, y no solamente a mí, sino a todos los que hayan aguardado con amor su manifestación.

Pero el Señor estuvo a mi lado, dándome fuerzas, para que el mensaje fuera proclamado por mi intermediación y llegara a oído de todos los paganos. Así fui librado de la boca del león. El Señor me librará de todo mal y me preservará hasta que entre en su reino celestial.

¡A él sea la gloria por los siglos de los siglos! Amén.

Teodoro Martín de Molina.

Granada, 8 de julio de 2016.