The Avenue

(Verano en Dublín)

8. THE DUBLIN SCHOOL OF ENGLISH

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         La Dublin School of English, estaba situada en el centro de Dublín, en una de las calles más importantes de la ciudad, al lado de una cafetería-pastelería-tostador de café,  en donde preparaban los más exquisitos cafés, tés y cakes de todo tipo que yo haya podido probar en mi vida, de hecho cuando estábamos en clase el aroma del café recién tostado y de los pasteles acabados de sacar del horno, hacían que, próxima la hora del descanso, los alumnos apremiásemos al profesor a que concluyese y nos dejara salir para deleitarnos con tan sabrosos manjares.

El primer martes, nada más llegar a la academia, me presenté en la secretaría y la chica que hablaba español me dijo que en diez minutos entrase en el aula de la primera planta donde nos iban a pasar una prueba de nivel a los que comenzábamos las clases ese día. La prueba era escrita y algo de lo que había traducido en el año aquel del suspenso en el grupo de inglés de la reválida todavía debía de permanecer en mi cabeza, pues el resultado no fue muy malo del todo. De hecho me enviaron a una clase un nivel más alto que el de mi hermana y el resto de sus amigas au-pair que ya llevaban unas semanas en Dublín y asistiendo a clase.

Pronto me di cuenta de que, aunque la prueba de nivel me colocara en un grupo de nivel más alto que el de mi hermana, yo desentonaba en el que me pusieron. Apenas entendía nada de lo que explicaban y a la hora de hacer un dictado no hilvanaba tres palabras seguidas para tratar de construir una frase con algo de sentido. El aspecto oral de la lengua lo tenía a un nivel bajo mínimos. Al jueves siguiente hablé en secretaría y les comenté lo que me pasaba,  no tuvieron ningún problema de reubicarme en una clase de nivel más bajo, ya junto a mi hermana y sus amigas.

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El descanso que pasaba con Monika era un rato más de práctica del inglés, pues ambos nos veíamos obligados a usarlo para podernos comunicar y nos hacía sentir bien porque, al tener ambos un nivel parejo, nos ayudábamos en los frecuentes errores que cometíamos y la fluidez en la conversación hacia que esta fuese gratificante. Era hija de un gerifalte del partido comunista polaco —de otra manera no se entendía su estancia en un país extranjero aprendiendo inglés— y aunque no le gustaba hablar mucho del tema, yo trataba de sonsacarle cosas de la forma de vida de su país para contrastarla con la del nuestro. Finalmente terminaba hecho un lío sin entender muy bien si el bueno era el régimen suyo o el nuestro, o ninguno de los dos, que era lo más probable.

Creo que tanto para ella como para mí eran nuestros primeros pasos en un país democrático en el que, a pesar de tantos tabúes atávicos, se disfrutaba de una libertad a la que nosotros no estábamos acostumbrados. Por ello, en esos primeros momentos, nos movíamos con ciertas cautelas y muchas precauciones. Ser libres y, sobre todo, sentirse libres conllevaba un esfuerzo no menor para los que estábamos acostumbrados a vivir en un régimen de libertad controlada y condicional. En el que en cuanto sacabas los pies un poco del tiesto te podía suceder cualquier cosa que ni querías imaginar, por eso había que mantenerse en el orden dentro de un orden. Desde la familia a todas las instituciones, en un pueblo aun más, tenían un control sobre ti que no te permitían actuar en libertad. Creo que ni tan siquiera te planteabas en aquel ambiente llevar a cabo algo distinto a lo que se tenía por costumbre y, por lo tanto, por normal en nuestro entorno. No llegabas a plantearte que el ser humano necesita conocer la libertad para poder hacer un uso adecuado de la misma. Actuabas como la mayoría y la mayoría se dejaba guiar por las consignas con las que se nos martilleaba a diario de una forma taimada o a las claras y por imposición, que a aquellas cabezas pensantes poco les importaban las formas.

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