The Avenue

(Verano en Dublín)

13. UNA MEZCLA EXPLOSIVA

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       LLOVÍA AQUELLA TARDE. Sin embargo, tenía que ir a comprar. Me sentí en la obligación de corresponder a mis compañeros de trabajo. A los pocos días de mi despido quise tener un detalle con ellos. Les quería agradecer el buen recibimiento, en general, que me hicieron cuando me vieron de regreso en el hotel. Me esmeré por prepararles una sangría lo más española posible. En una Spirits & Liquors shop me hice de un par de botellas de Paternina banda azul y una pequeñita de Cointreau —aprovechando que estaba en una tienda de ese tipo también adquirí para mi incipiente colección de botellas de licor en miniatura algunas que me parecieron más significativas, un pack con tres botellitas de Guinness (creo que son las más pequeñas que tengo en la colección), una de Tullmore Dew, un whiskey irlandés embotellado al estilo del ron jamaicano en recipiente de cerámica, y otra de crema de café irlandés—. En una frutería próxima al hotel compré tres melocotones y un par de plátanos para mi sorpresa comprobé que por esas tierras las frutas y muchas verduras y hortalizas se compraban por piezas más que por kilos, medios kilos o cuartos, como acostumbrábamos por nuestro pueblo—. La gaseosa y el hielo lo pusieron ellos (quiero decir, el hotel) y pronto, esta especie de coctel tan español que tanto gustan de beber los extranjeros, estaba listo para ser saboreado.

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Al rato de estar allí, en cuanto los ánimos se elevaron un poco, aquellos muchachos que, como la mayoría de los irlandeses, eran dados a acompañar las fiestas con canciones, sobre todo aquellas en las que el alcohol era parte fundamental, comenzaron a entonar algunas de las más típicas del amplio folklore gaélico. Fue la primera vez que oiría la de “Molly Malone”, la lozana pescadera que pregonaba su género por las calles de Dublín. La repitieron tantas veces, y me la hicieron repetir tantas y tantas veces, que poco más y me la aprendo de memoria en aquella primera ocasión. Después vendrían otras de las que más tarde me enamoraría y pasaron a formar parte de mi repertorio para tratar de aprender inglés: “Whiskey In The Jar” y “The Wild Rover”, entre otras. Si entonces me empezaron a gustar las canciones irlandesas, cuando las pude oír acompañadas de los típicos instrumentos (banjo, violín, gaita o acordeón) y entonadas por aquellos que sabían entonarlas en condiciones, caí rendido a sus encantos.

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